La ciudad y los días

Carlos Colón

Jacobinos convertidos al nacionalismo

AFIRMABA nuestro editorial del lunes: "El mensaje emitido por los electores catalanes marca una tendencia: el PSOE se deteriora y el PP avanza. A los socialistas de Montilla les han perjudicado la crisis económica general y su impotencia para combatirla, la incoherencia de un gobierno tripartito que era un reino de taifas y no un proyecto común y la deriva hacia las posiciones nacionalistas. Apelada por el nacionalismo, Cataluña ha preferido el original a la copia". Y al leerlo me preguntaba quién escribirá la tragicómica historia de la conversión de boquilla, por oportunismo político, del PSOE a los nacionalismos españoles.

Quienes tenemos los años suficientes y hemos tenido trato largo con ellos los hemos conocido centralistas y jacobinos, respetando las llamadas nacionalidades históricas -vasca y catalana- por haber sido perseguidas por el franquismo; pero despreciando hasta extremos que sólo quién lo viviera puede imaginar los nacionalismos por imitación como el andaluz. Internacionalistas por su origen, los socialistas sólo respetaban las banderas y los patriotismos pisoteados por la bandera y la patria franquista. Después vino el conflicto entre los artículos 143 y 151 que impuso un patriotismo localista, un proliferar de banderas y un pret à porter de padres de la patria que obligó a quien no quisiera despeñarse políticamente a apuntarse al frenesí nacionalista.

El PSOE entró en el juego con la boca chica y durante muchos años, como ha escrito Carlos Carnicero en El PSOE y los nacionalismos periféricos, su escepticismo nacionalista de fondo representó un "bastión de defensa frente a las actitudes centrípetas de los partidos nacionalistas que pretendían fortalecer su autonomía tanto como debilitar al Estado", porque "por su historia, por su componente de izquierdas y por su cohesión interna, era la garantía de conjugar en España una fuerte descentralización política y administrativa con un Estado donde la solidaridad entre los ciudadanos estuviera acreditada independientemente del lugar en donde radicaran".

Ese era el PSOE de González y Guerra. Nacionalistas forzados por las circunstancias que practicaban el centralismo jacobino en secreto, como judaizaban los conversos. Después vino Zapatero y se lanzaron, como escribe Carnicero, "a una política de alianzas con fuerzas nacionalistas para ocupar poder donde era inalcanzable por sus propios méritos", dividiéndose en posiciones nacionalistas impensables hace pocos años. Por primera vez esta actitud les ha pasado factura. Los catalanes han preferido el original convergente a la copia socialista.

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