Esta boca es tuya

Antonio Cambril

cambrilantonio@gmail.com

Juan de Loxa

Como fantaseaba Wilde, con quien tantos parecidos mantiene, puso todo el genio en la vida y sólo el talento, inmenso, en su obra

Granada sigue poblándose de ausencias. Asistimos a una tremenda fuga de sabiduría: al que no se exilia a Madrid se lo lleva el frío o lo cosecha el tiempo. El último en abandonar ha sido Juan de Loxa, que sufría problemas respiratorios después de haber ido toda la vida a su aire. Entre anteayer y hoy se ha dicho casi todo de él. Se ha glosado su valerosa apuesta radiofónica en los últimos años del franquismo. Se ha destacado su olfato como caza talentos. Se ha recordado su aportación a operas cimeras del flamenco. Se ha insistido en su ingenio y profundidad poética. Y se ha relatado hasta el hartazgo que fue el primer y más duradero director de la Casa Museo Federico García Lorca, cargo que dejó, según sus palabras, cuando un presidente de la Diputación con menos cultura que una moto tuvo "la deferencia" de solicitarle encarecidamente que se fuera. Así que, para no repetirme, hablaré de la que para mí es su obra cumbre: él mismo. Juan, como fantaseaba Wilde, con quien tantos parecidos mantiene, puso todo el genio en la vida y sólo el talento, inmenso, en su obra.

Juan se inventó a sí mismo. Se convirtió en un ser absolutamente brillante y contradictorio con unos apellidos y un acento impostados, en un señor que era a un tiempo clásico y vanguardista, conventual y orgiástico, sofisticado y sencillo, seseante y ceceante, catetazo y cosmopolita, prudente y osado, devoto e irreverente, trágico y comediante. Juan se identificó con el blanco, como otro contemporáneo suyo, José Miguel Castillo, hizo de su bandera el azul. Trajes, guayaberas, bufandas, pañuelos y sombreros blancos que le prestaban el aspecto de un ilusionista que está siempre a punto de revelar un secreto inexistente. Pero Juan fue, sobre todo, un transgresor, un poeta que rociaba desde joven con "Christian Dios" cada rincón de su cuerpo y que dedica un credo a "Lou (Reed) todosudoroso" en su último volumen, publicado por deseo propio en la editorial Lápices de Luna.

Ese atrevimiento, ese genio, y su infinita devoción por Lorca, le forjaron la maledicencia de la Granada profunda, que le llamaba "la viuda". Mejor, los ataques le afilaban la lengua y sus comentarios me hicieron doblarme muchas veces en el bar León mientras contaba como sin prestarle importancia las miserias de la ciudad más rancia. Bendita lengua aquella: sabía que más bueno que el que es bueno con los buenos es quien es malo con los malos. Adiós, Juan. ¡Gracias por la risa!

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