editorial

Lecciones de una alarma injustificada y dañina

LA denominada crisis del pepino, extendida a la gran mayoría de los productos hortofructícolas andaluces y españoles, ha quedado acreditado que surgió de una alarma injustificada y dañina, debido a la presencia de bacterias similares pero inocuas en piezas de esta hortaliza concreta que provenían de Almería y Málaga. Este lamentable anuncio precipitado y frívolo fue ejecutado por la senadora (consejera) responsable de la política sanitaria de la ciudad-estado de Hamburgo. En un mundo global como el actual, su alarma infundada sobre que los pepinos españoles eran la fuente del tipo de bacteria E.coli que se ha cobrado casi veinte vidas en dos semanas tuvo un efecto tan inmediato como demoledor: puso bajo sospecha a todo el sector hortofructícola nacional, que de ser el más dinámico y el segundo, después del turismo, que más ingresos aporta a la balanza de pagos española -la exportación es lo único que está medio salvando el consumo, paralizado por la recesión económica- vio frenados en seco los pedidos de la práctica totalidad de clientes exteriores. Ello ha supuesto unas pérdidas que el sector estima en 200 millones semanales y que la consejera de Agricultura andaluza, Clara Aguilera, ya ha cifrado en 75 millones sólo entre los productores de pepino. Ante la agresión de una instancia regional alemana, ni el Ejecutivo federal germano -incapaz de impedirlo- ni el Gobierno español han reaccionado al nivel exigible. En el caso del Consejo de Ministros de Rodríguez Zapatero han faltado celeridad y reflejos para crear un gabinete de crisis que incluyese a los cuatro o cinco ministros implicados, lo que hubiese permitido informar certeramente y hacer presión sobre Alemania y la UE. España ha quedado como un país menor en esta crisis. Por eso es imprescindible ser inflexible en la exigencia de compensaciones e impedir que la promesa de Merkel a Zapatero quede en nada. La acción para recuperar la imagen de las hortalizas se hace vital. Sobre todo porque los efectos negativos perduran: no hay veto y se distribuyen los productos, pero en Alemania no se compran por la desconfianza generada. Un miedo lógico cuando hablamos de una enfermedad que llega a ser letal, de la que sigue sin conocerse ni su origen cierto ni cómo se transmite exactamente, pero que no justifica, precisamente por la gravedad del caso, comportamientos imprudentes que añaden a la alarma sanitaria otra de consumo, con graves consecuencias económicas.

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