El termómetro

Enrique Novi

Llamada de auxilio

COMO cada año por estas fechas, Granada ha sido tomada por los trajes de volantes, por los caballos y los farolillos, por los cables anclados a las fachadas y los carromatos, por el folklore más rancio y el ensordecedor aullido de los petardos mezclados con las sirenas de las ambulancias. Toda una invitación a la escapada. Entre Semana Santa, Día de la Cruz, la salida de los peregrinos hacia el Rocío y ahora las insufribles fiestas del Corpus, la primavera entera se ha convertido sin que apenas nos demos cuenta en una celebración continua, en una interminable romería en la que solo queda espacio para una forma de entender la diversión: la tradicional, aquella que potencia las más añejas costumbres, las más impermeables a lo foráneo (al menos aparentemente, porque la manera de plantear la Semana Santa o el Corpus cada año se reafirma más como una mala copia del canon sevillano).

Yo me pregunto si es casual este florecimiento del tradicionalismo festivo. Y tengo que responder que no. Primero se puso coto al desmadre en el que se había convertido el Día de la Cruz. Se hizo a base de edictos y de fuerza policial que asegurara su cumplimiento. Más tarde se legisló con la vista puesta en la tradición para acabar imponiendo hasta el tipo de música que se consideraba adecuada o no en las casetas de la feria. Las hermandades logran paralizar durante diez días cualquier actividad divergente con sus procesiones. Y lo hacen con la connivencia absoluta de la una autoridad encantada de conocerse y de reconocerse en sus más endogámicas costumbres. No hay más que ver el orgullo con que se conduce, satisfecho entre carocas, santos y torería, nuestro ubicuo concejal de festejos, pues como puro festejo parece entender el hecho cultural. El autóctono, por supuesto. El resto no provoca en ciertas mentes más que desdén e indiferencia, en el palurdo convencimiento de que lo nuestro es lo mejor. Ya lo dicen los que nunca han salido: Como aquí en ninguna parte. Pero yo conocí otra Granada, que fue capaz de convivir con las cruces y con el culto a sus patrones. Era una ciudad diversa y abierta a la modernidad. En ella surgían los grupos por centenares. Algunos son hoy figuras míticas fuera de aquí; y proyectos inclasificables como SIMA, La Visión o Diseño Corbusier. Había un Festival Internacional de Teatro que ofrecía los montajes más vanguardistas. Y La Fura Dels Baus podían escenificar en plena calle sus provocadores propuestas. Y un montón más de cosas que le sonarán a chino a los que dirigen la política cultural. ¿Dónde están los artífices de todo aquello? Si hay alguien ahí fuera, que dé señales de vida. Cada día que pasa estoy más convencido de que todo fue un sueño.

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