Nos quejamos de los abusos de las grandes corporaciones monopolísticas que gestionan servicios de primera necesidad con grandes beneficios. Pero de vez en cuando nos encontramos con colectivos de trabajadores -estibadores, bomberos- que hacen lo mismo para defender privilegios que no tiene el común de los empleados públicos o privados. En los últimos tiempos, las compañías de electricidad están relevando a la banca en la antipatía popular. Demasiada letra pequeña tramposa hubo en las preferentes, en las hipotecas... Y ahora da la cara cómo las eléctricas fueron beneficiadas por una pretendida liberalización del sector durante el Gobierno de José María Aznar. Una simulación.

Se suponía que venía competencia y abaratamiento de precios. A cambio se les dio una prima de miles de millones de euros. Pero la realidad ha sido otra: encarecimiento de tarifas y un ardid en la letra pequeña del BOE que reconocía un teórico déficit de tarifa, que nadie pudo auditar y muchos especialistas discuten. Este déficit supone una deuda a pagar por los consumidores. Hace unos días Rajoy, interpelado en el Congreso, ha rechazado sin pestañear esa auditoría. No hay nada más oscuro que los conceptos del recibo de la luz o la manera en que se establece el precio del pool eléctrico.

Este fenómeno no ocurre sólo en el campo patronal. En el de los trabajadores funciona el efecto controlador aéreo. Colectivos que dominan un ámbito con fuertes obstáculos de entrada, dispuestos a mantener privilegios, que cogen de rehén a la sociedad. Pasa ahora con los estibadores. Un sector en el que las empresas no tienen libertad de contratación. En el que las normas de trabajo son impuestas por una especie de sindicato obrero, que actúa en régimen de monopolio e impone los criterios de entrada: por ejemplo, en Algeciras no admiten mujeres. Una sentencia de 2014 del Tribunal de Justicia de la UE obliga a liberalizar este cautivo mercado laboral, pero los estibadores se niegan bajo amenaza de huelga.

Caso parecido es el de los bomberos de Málaga. Reivindican aumento salarial y reducción de jornada. Pero resulta que tienen ya un régimen horario que, además de extraordinario, es absurdo: 24 horas de guardia y tres días de descanso. Si hubiese un gran incendio es evidente que no estarían 24 horas apagándolo. Sería más lógico que tuviesen turnos rotatorios de ocho horas, de mañana, tarde o noche y dos días de descanso a la semana. Además tienen otras demandas que no avala el jefe de Bomberos. Eso le ha costado que primero pidieran su cese y después una campaña de acoso que incluye carteles con su foto en los alrededores de su casa y el colegio de sus hijos.

Los bomberos de Málaga son muy libres de querer mejorar. Choca, sin embargo, que terminen sus asambleas gritando ¡por Málaga! Pero no. No es por Málaga, es por sus intereses particulares, como las eléctricas, como los estibadores.

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