Los pistoleros están sobrevalorados. Infunden un respeto particular en tipos arrogantes y pendencieros. Le pasa a Donald Trump, que ha encontrado como recuperar el favor de sus votantes atacando bases militares o soltando la madre de todas las bombas en Afganistán. Le ocurre a gente como Iglesias o Kichi con dirigentes próximos a ETA, a quienes cortejan con fascinante admiración. Parece que toda la Transición, incluido el papel del PCE, fue una traición, menos la criminal actuación de estos gudaris.

Hay un programa nuevo en La Sexta sobre personas aparentemente normales que fueron seducidos por las cloacas del poder. Una vez descubiertas sus corruptelas, hablan de su mala cabeza al juntarse con quiénes no debían. Se llama Malas compañías. Pero hay negocios inmorales mucho más graves que se hacen a las claras, con toda la poca vergüenza. Ejemplo: Siria ataca el 4 de abril con gas sarín a cientos de refugiados que intentan salir por la frontera de Turquía y mata a casi un centenar de personas, la mayor parte mujeres y niños.

El presidente de Estados Unidos llora la pérdida de unos pequeños bebés y ordena atacar la base militar de la que salieron los aviones. La pregunta es cómo llama la atención el uso de armas químicas en esta guerra civil que supera los 300.000 muertos, la mitad de ellos civiles. Las víctimas con armas convencionales, los ahogados en el Mar Egeo, o los refugiados que perecen de hambre y frío ¿son de categoría inferior?

El menosprecio por las víctimas supone sobrevalorar a los matones. ETA ha anunciado la entrega de un arsenal con un comunicado en el que calificaba a los gobiernos de España y Francia de enemigos de la paz. Por el contrario, Otegui es un hombre de paz para los Iglesias o Kichis de la nueva política. José María González ha invitado a Cádiz para hablar de muertos al teniente de alcalde de Pamplona José Martín Abaurrea, de EH Bildu. Pero no vendrá a disertar sobre los asesinados por sus amigos los pistoleros de ETA, sino de los crímenes del franquismo. Así se disimulan las malas compañías.

Hay otros matones intocables para la extrema izquierda española: entrevistada esta semana en RNE, la jefa andaluza de Podemos Teresa Rodríguez no fue capaz de condenar al régimen venezolano. Mientras otros dirigentes de su organización hacen juegos de palabras para escurrir el bulto, la gaditana prefirió citar la calle Venezuela del barrio de la Viña. Ahí concentra sus quejas por "violaciones a los derechos humanos", para no criticar a Maduro. En las últimas dos semanas han muerto cinco manifestantes en las masivas concentraciones para pedir la caída del Gobierno y el Tribunal Supremo venezolanos. Como sostenía el viernes Le Monde, la complacencia con el populismo de la izquierda radical latinoamericana es poco compatible con la movilización contra el auge de la extrema derecha en Estados Unidos y Europa. Otras malas compañías.

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