Paso de cebra

José Carlos / Rosales

Malos tiempos para la música

NO corren buenos tiempos para la música. Ni para la música ni para la cultura; ya se sabe, cuando vienen tiempos de escasez, lo primero que bajamos es nuestro presupuesto de discos o de libros, vamos a menos conciertos, dejamos de ir al cine. Bajan los ingresos de las librerías, baja el número de asistentes al teatro y bajan las inversiones en iniciativas culturales: ahí están inquietantemente detenidas las obras del Centro Lorca sin que nadie sepa aclararnos alguna duda mínima. Todo se ha puesto de pronto entre paréntesis: el Centro Guerrero vive sus últimas jornadas asfixiado por la inoperancia de unos gestores mal asesorados y peor aconsejados; la Biblioteca de Andalucía, que ya debería ser uno de los cuatro o cinco buques insignia de una verdadera ciudad cultural, sobrevive realquilada en sede ajena sin desarrollar del todo sus inmensas capacidades de fomento de la lectura o agitación intelectual; la Madraza, en la calle Oficios, sigue cerrada esperando, año tras año, la llegada de los Reyes Magos. Y lo peor no es eso, lo peor es que en cada una de estas instituciones, hay profesionales y técnicos de enorme solvencia y profesionalidad, honestos trabajadores de la cultura que han visto cómo en los últimos tiempos sus sugerencias caían en saco roto y eran sustituidas por la penúltima ocurrencia de asesores sin experiencia o escrúpulos.

Esta creciente parálisis cultural no ha surgido de la noche a la mañana, ni tampoco deberíamos considerar a la crisis económica como la única (o principal) responsable. Los recortes de ahora, quizás inevitables, son recortes atolondrados, más fruto de la improvisación que del análisis. Y, lamentablemente, es normal que así sea: cuando hubo dinero y chequeras calientes la improvisación era una de las reglas. Y el clientelismo. Y la falta de previsión. Y la ausencia de criterio. Muchas veces no se pensó en crear instituciones estables y rigurosas, transparentes en su gestión, rigurosas en su funcionamiento. Y ahora, cuando ya no hay tanto dinero como antes, aparecen las grietas de lo que no se hizo o no se quiso hacer. Y una de esas tareas pendientes consistía en producir y sostener unos flujos culturales (creadores y públicos) en constante movimiento y renovación. No se hizo cuando tenía que hacerse y ahora tal vez sea demasiado tarde.

El viernes pasado hubo un concierto memorable y magnífico del músico cubano Boris Larramendi en el Teatro Isidoro Máiquez. La escasa asistencia y los difíciles vericuetos que hay que afrontar para organizar un concierto (según me contaron Juan Trova y Juan Jesús García) me hicieron pensar en los malos tiempos que atraviesa la música. O las músicas. O toda la cultura.

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