Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Manadas de lobos

Las manadas de lobos que acechan en el bosque nos recuerdan que nuestro cuerpo todavía no nos pertenece

A partir del siglo XVI, el cuerpo del niño se va desgajando simbólicamente del gran cuerpo de la estirpe, el cuerpo del niño gana autonomía, se individualiza. Nace la idea de que "mi cuerpo es mío". Una falacia. Se presenta como real algo que no deja de ser un anhelo. Para que el cuerpo nos pertenezca, tendremos que arrebatárselo antes a la pobreza, a las manadas de lobos, a lo explotadores del neoliberalismo feroz. A los nacionalismos alucinados, a los fanatismos religiosos, a los totalitarismos que nos roban los cuerpos para utilizarlos como herramientas, cosas o algoritmos. A los que usan sus posverdades, es decir, las mentiras de toda la vida, para enrolarnos interesadamente en todas las utopías de salvación y de mejoras radicales, en las que nos sentimos arropados, en nuestra inmensa soledad, por otros creyentes que curan su miedo y su dolor con las mismas cataplasmas y placebos que nosotros. La verdad es que nuestros cuerpos no son algo nuestros hasta que nos jubilamos. Entonces te encuentras todos los días con un cuerpo tuyo, algo averiado, que has de sacar a pasear, que tendrás que cuidar y no exponer a corrientes ni nubosidades variables. El Metro granadino nos ha permitido a muchos jubilados, incluso a los jubilados disruptivos, viajar a nuevas Ítacas. En Albolote, recalé ayer en una de ellas: la Biblioteca Municipal. En una de sus salas, me perdí por un frondoso bosque, pensado para que los niños se adentren en el mundo de los cuentos tradicionales y de las modernizaciones de esos cuentos. La ambientación es magnífica: vuelan aves, crecen arbustos y una vegetación encubridora de manadas de feroces lobos. El viaje en Metro a esta Ítaca de los libros ha merecido la pena, y, también, conocer a una Penélope culta, entusiasta y entregada que todos los días espera la llegada de Ulises descarriados para ofrecerles el calor y el consuelo de la escritura. Comentamos cómo los cuentos tradicionales han servido para enseñarle a los niños que hay que tener cuidado ahí fuera, donde acechan las fieras. Hoy le he mandado una actualización de Caperucita Roja, realizada por el escritor pamplonica Patxi Irurzun. "Mi abuela, que es una pelma", escribe Patxi, "siempre me lo dice antes de salir de casa: -Ten mucho cuidado ahí fuera, hija, que la calle es una jungla". Por desgracia.

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