DESDE mi ventana pueden observarse de forma superpuesta la nueva escultura de Federico García Lorca y los Jardines del Triunfo, donde Mariana Pineda fue ajusticiada en 1831. Siempre me ha parecido inquietante que toda causa política busque sus mártires. Que las luchas colectivas necesiten visibilizarse a través del heroísmo individual. Que la posteridad pueda convertir a la muerte en un mérito curricular.

El pasado domingo asistimos a un espectáculo inaudito: el consenso de los diferentes grupos municipales para conmemorar la muerte de Mariana Pineda. Me temo que, más que un síntoma de salud democrática, este reciente consenso puede explicarse por la progresiva despolitización que está sufriendo la heroína. Así de inofensiva es hoy su leyenda. Mientras todo su activismo sea reducido a la desemantizada "lucha por la libertad", cualquiera puede adscribirse.

Este fenómeno no es nuevo sin embargo. Desde los primeros romances anónimos hasta la obra lorquiana, la leyenda de Mariana Pineda tiene una estructura melodramática que ha tendido a privilegiar aquellos elementos que la convertían en un "símbolo popular": la bondad, la belleza, el móvil amoroso, el sentimiento religioso y otros valores tan abstractos que cualquiera podía apropiarse de ellos. Es cierto que la II República enfatizó la veta política del mito, pero incluso entonces lo que más importaba era la idealización romántica y populista de Pineda. No es extraño, en ese sentido, que el valor más destacado por María Lejárraga en el famoso homenaje a Pineda de 1931 no fuera la insurrección contra el autoritarismo o la capacidad de subversión de las convenciones familiares sino la simple y llana lealtad. Da miedo pensar en lo que entendía Lejárraga por lealtad, teniendo en cuenta que toda su obra literaria está firmada por su marido.

Y es que la manía de idealizar a Pineda como mujer siempre ha sido un arma de doble filo. Aunque efectivamente apoyó la causa liberal conspirando contra el absolutismo de Fernando VII, el mito cuenta que lo hizo por amor y respeto a los ideales de su marido fallecido. Aunque fue procesada en varias ocasiones por su activismo político y ajusticiada por la misma razón, la leyenda dice que el subdelegado de policía la mandó al patíbulo tras un rechazo amoroso. Por todo ello me parecieron muy pertinentes las palabras de María Morales Valverde, que durante el homenaje de este fin de semana recordó al feminismo más joven la necesidad del compromiso político. Porque Mariana Pineda fue una mujer que luchaba, pero no luchaba sólo como mujer.

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