Mar adentro

Milena Rodríguez / Gutiérrez

Medicina privada y pública

EN este raro país llamado España, cada día se encuentran nuevos motivos para la extrañeza. Lo es, por ejemplo, el hecho de que mientras los trabajadores de las empresas privadas tengan, obligatoriamente, que ser atendidos por los servicios públicos de salud, los funcionarios del Estado puedan, en cambio, decidir si prefieren la Seguridad Social o la medicina privada. Pero lo más extraño no es esta capacidad de elección, posible para unos y vedada para otros. Sino, acaso, el saber que, según nos contaban el fin de semana en este periódico, 8 de cada 10 funcionarios eligen la medicina privada.

Resulta un contrasentido, y un privilegio injusto, que el Estado permita a sus funcionarios públicos ser atendidos por el sistema privado de salud, mientras obliga a los trabajadores de las empresas privadas a recibir la misma asistencia en el sistema público. Curiosamente, la medicina privada termina siendo así en España un servicio destinado, mayoritariamente, a atender a los funcionarios del Estado.

Pero, como antes decía, acaso lo más contradictorio sea el que tantos funcionarios del Estado, es decir, del sistema público (incluyendo a los médicos), prefieran ser atendidos por instituciones médicas privadas. Porque parece como si ellos mismos no confiaran en el sistema en el que trabajan y que les da de comer. ¿Qué pensaríamos si supiéramos que el 85% (esa es la cifra concreta de los funcionarios que eligen la medicina privada) de los maestros y profesores envían a sus hijos a colegios concertados y privados? Creo que resultaría un poco raro para todos o, incluso, hipócrita.

Las que sin duda resultaban hipócritas eran las declaraciones que leíamos en el periódico hechas por algunos funcionarios, justificando su elección de la medicina privada: "Lo bueno es que no tienes que esperar colas. Llamas para pedir citas y la tienes al día siguiente". Y es que cabría preguntarse si, efectivamente, las compañías privadas estarían tan poco saturadas si autónomos y trabajadores de empresas privadas tuvieran también la posibilidad de elegir y de acudir a ellas, sin necesidad de pagar aparte otro seguro. Es fácil defender un sistema público que sólo es obligatorio para los demás, mientras a ti te permite elegir. Sería interesante que uno de estos días, haciendo honor a esa olvidada palabra, solidaridad, los funcionarios convocaran una huelga exigiéndole al Estado que los trabajadores autónomos y de empresas privadas fueran verdaderamente iguales en la atención médica. Y que disfrutaran también, como ellos, de la ventaja de elegir.

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