palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Melancolía

HE sentido a la vez envidia sana y malsana por la espléndida candidatura planteada por Córdoba para ser la capital cultural de Europa en 2016. Ayer, cuando conocí el fallo favorable a San Sebastián, me sentí íntimamente frustrado, pero hasta ese momento estuve expectante en una doble vía: la de la ilusión colectiva con los cordobeses y la de la decepción con mi tierra, Granada. Envidia sana y malsana, he dicho. Si Córdoba hubiera logrado la capitalidad la estructura jerárquica andaluza habría quedado definida así: capital política, Sevilla; capital económica Málaga, y capital cultura Córdoba. ¿Y Granada? ¿Dónde ponemos a Granada? ¿Capital de qué? ¿De las moscas, de los santos o de las tradiciones como dijo en su discurso de posesión el concejal Juan García Montero? Según el Estatuto Granada es la capital judicial, es decir, la capital de los pleitos, de los picapleitos, de los fiscales, de los juzgados atestados con toneladas de papeles, la capital de los recursos, de los fallos y de los autos, la capital de las togas, de los condenados y de los absueltos, de los alguaciles y de los secretarios, la capital, en fin, de la burocracia más espesa que destila la administración pública. Como premio, cada año, el presidente del TSJA aporta desde Granada al resto del mundo una así llamada memoria jurídica donde lamenta, con un peculiar tono jeremíaco, los retrasos, los llantos burocráticos, la esclerosis judicial. Es el lado más festiva de ese melancólico destino que tenemos asignado. Es nuestro Woodstock particular.

La aportación de Granada a la comunidad parece un capítulo perdido de La condena de Kafka. No exagero: lo más festivo y vibrante que he vivido en el TSJA ocurrió una Navidad cuando el presidente convidó a los periodistas a un aperitivo. Mientras los camareros salían sospechosamente del despacho del presidente cargados con boquerones fritos, los invitados nos movíamos intranquilos entre una plato con chorizo y el garrote vil que decoraba la estancia.

El otro día nuestro periódico colocó en la portada una foto que reproducía a un amplio grupo de espectadores que aguardaban la procesión del Corpus, un retablo castizo de lo que es la ciudad (y de lo que fue hace un siglo y pico) pero también de lo que espera: los curas, los botafumeiros y la hostia. Yo no creo que hayan coincidido en la ciudad desde los Reyes Católicos unos políticos con menos inquietudes culturales más allá del Granada CF, las zarzuelas de medio pelo, los teatricos del Corpus y los floripondios que exornan (como escriben los cronistas oficiales) las farolas. Así el gran debate es si convertimos el Banco de España en un almacén de fiscales o de trastos viejos del ayuntamiento.

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