Sólo un tsunami de los que rara vez depara el fútbol podría quitarle esta Liga al Barça. Empeñados sus perseguidores, más presuntos que reales, en verlo cada día más alejado, el presente campeonato es probable que tenga ya nombre y apellidos. Faltan dos etapas para la primera manga y la ventaja que acumulan los de Valverde es para que se vayan afinando las notas de un alirón más, lo que no me parece nada bueno para el prestigio liguero.

Lo del sábado en el mediodía rutilante del Bernabéu fue un golpe en regla en el corazón de la Liga. La rotundidad del triunfo azulgrana, cómo pasó por encima de un extrañamente miedoso Real Madrid ha puesto los puntos sobre unas íes sorprendentes. La sensación de superioridad de un Barça que ha asimilado a la perfección los pragmáticos conceptos de Valverde fue tan rotunda que imaginar que, en condiciones de normalidad, vaya a haber un vuelco resulta impensable.

Claro que el fútbol guarda sus sorpresas y bien demostrado está que hasta el rabo, todo es toro. No obstante y a pesar de la cortedad de su plantilla, no es probable que este Barça de Messi vaya a tirarse al callejón. Lo de Messi es sobrenatural desde que apareció en escena, pero el tipo ha logrado dominar el tiempo de tal forma que corriendo lo justo y andando casi siempre sigue siendo un factor decisorio inigualable, mientras siguen regalando balones áureos por ahí.

Pero es que Messi no camina solo y en el Bernabéu se demostró que este equipo ha ganado en solidez sin perder su vis artística. Con un portero milagroso, un Piqué más Beckenbauer que nunca, dos estiletes en los costados, un centro de campo que ha encontrado en Paulinho el complemento ideal para el fútbol que atesora y Suárez reconciliado con el gol, lo que resta es, ni más ni menos, Busquets, Iniesta, Rakitic... y Messi, ese milagro que igual da que corra o que sólo ande.