Microbús

Cada vez se valora menos la responsabilidad individual y cada vez se apela más a una difusa responsabilidad colectiva

Ayer, el conductor de un microbús escolar sufrió un infarto mientras conducía. El hecho ocurrió en una carretera comarcal de la provincia de Sevilla, pero podría haber ocurrido en cualquier otra carretera. No sabemos el nombre del conductor, pero lo que sí sabemos es que tuvo el valor -cuando sabía que algo muy grave le estaba pasando- de sacar el coche de la carretera y evitar así un accidente terrible. Es difícil imaginar lo que se te pasa por la cabeza cuando te ocurre una cosa así -quizá uno no piensa en nada, o sólo piensa en salvarse como sea, o tal vez se acuerda de algo absurdo: una cafetera, un perro, una nube que pasa-, pero este hombre tuvo el coraje de usar los últimos segundos de su vida en salvar las vidas de los niños que llevaba en el microbús (y quizá también las de otras posibles víctimas de un accidente). Y a pesar de todo eso, ni siquiera sabemos cómo se llamaba.

Por desgracia, esta clase de noticias apenas tienen repercusión. Supongo que es lo normal. En nuestra sociedad cada vez se valora menos la responsabilidad individual y cada vez se apela más a una difusa responsabilidad colectiva que en realidad no afecta a nadie y que en el fondo no es más que una superchería ideológica. Todo el mundo habla de los deberes de la sociedad o de las administraciones públicas, pero nadie habla de las responsabilidades de cada uno de nosotros. De hecho, la responsabilidad individual apenas se invoca en los colegios ni aparece en los objetivos de la pedagogía moderna. Pero si hay gente que se niega a recibir un soborno o a cometer una irregularidad urbanística, y si hay gente que se empeña en hacer bien su trabajo -a pesar de que nadie se lo va a agradecer ni valorar-, es porque esas personas sienten una férrea responsabilidad individual que las empuja a actuar así y no de otro modo. Y al final, lo que salva una civilización no son las grandes palabras ni los discursos ni las proclamas, sino los hechos de un puñado de personas, casi siempre anónimas, que se empeñaron en actuar de un modo que contradecía la forma de actuar de la mayoría de sus conciudadanos.

Y ayer, en una carretera comarcal andaluza, un modesto conductor de microbús salvó a nuestra civilización, en esta sociedad en la que todo parece hecho a la medida de los tesoreros codiciosos y los charlatanes ávidos de riqueza y de poder. Y ni siquiera sabemos su nombre.

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