Arranca la manifestación de Barcelona. Con tal de que el Rey no fuese en la cabecera, el frente es tan multicolor y de tan diversos oficios que recuerda a Village People, sólo falta el indio. Cuántos uniformes. Bomberos, policías, más policías, otros policías vestidos con otros uniformes, sanitarios, más policías y otros policías. El mayor de los Mossos, Josep Lluís Trapero, es un héroe en construcción, otro Pepe Guardiola para el independentismo catalán, el hombre que nos libró de... ¿De qué? Si Barcelona fuese Madrid; si Cataluña, como España entera, y si en vez del mozo de Cambrils, un guardia de la Benemérita se hubiese cargado él solito, sin más ayuda que la de su mira, a cinco terroristas de una tacada, hoy estaríamos instalados en un intenso debate nacional sobre estos hechos sucedidos. Al último terrorista, al sexto, al que mató a tanta gente en la Rambla, se le abatió en un viñedo, no hubo cerco policial. Muerto. Y ya está. No lo cuestiono, lo que me preguntó es qué nos ha sucedido para que nos estemos tragando tal catástrofe de coordinación, tal despiste -el chalé de las 100 bombonas- y tal cacería sin que nadie diga basta ante la falsa epopeya que nos relata el bello Trapero. Llegó el Rey a Barcelona y le acuartelaron en la marcha entre jóvenes de "otras culturas", uno de ellos, a su derecha, una chica con velo islámico. Cuánta saliva tragada.

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