La tribuna

Juan Carlos Costa Pérez

Montes vivos

QUE llegue dinero al sector forestal es siempre una buena noticia y, por lo tanto, la aprobación por el Consejo de Gobierno de la Junta de Andalucía de una partida de 2.444 millones de euros para relanzar el Plan Forestal debe ser acogida con enorme satisfacción, con independencia de la suficiencia o no de este presupuesto. Además, dar trabajo en áreas económicamente deprimidas también es una buena noticia para los que aun viven en los municipios forestales, por más que cuatro millones de jornales y no veinte sea una cifra media más acorde con los datos de la inversión real aprobada.

Sin embargo, la situación actual de nuestras zonas forestales es muy diferente de la que había en 1989, cuando se aprobó el Plan Forestal Andaluz. Por ello acudir a los subsidios laborales, fundamentales en aquella época, no es suficiente para revitalizar económicamente estas áreas por más que palien determinados problemas coyunturales.

Para empezar, puede que no encontremos los suficientes trabajadores para llevar a cabo las tareas y por lo tanto para cubrir los jornales propuestos en el Plan, incluso en una época como la actual con elevadas tasas de desempleo. A la emigración de los más jóvenes y al envejecimiento de las poblaciones rurales forestales se une la poca atracción por realizar unos trabajos duros, incómodos, localizados lejos de los núcleos habitados y no muy bien retribuidos.

Quizá no sea el momento de soluciones como las que se han planteado, por más que evidentemente sean mejor que nada y beneficien al sector. El reto actual es hacer rentable el monte y revertir a los habitantes de estas zonas y a los propietarios forestales los beneficios que toda la sociedad recibe de ellos (paisaje, biodiversidad, atenuación del cambio climático, etc).

En muchos aspectos la situación de nuestros montes comienza a ser crítica. La conservación de las casi 200.000 hectáreas de alcornocal depende de la venta del corcho, que tiene un presente comprometido y un futuro incierto al ser incapaz de competir con los tapones sintéticos, más baratos al no internalizar los costes ambientales de su obtención. ¿Cuánto costaría cada tapón si se le imputase los costes de descontaminación del golfo de México por el petróleo del cual se obtienen?

Las dehesas -casi un millón de hectáreas en Andalucia- llevan años en un lento declive económico, debido tanto a la caída del mercado de sus productos como a los elevados costes de producción, que incluyen los gastos del mantenimiento de sus ricos ecosistemas amenazados por enfermedades, incendios forestales, falta de regeneración y envejecimiento del arbolado. Aunque se están realizando notables esfuerzos de investigación y se acaba de aprobar una Ley de la Dehesa, no es menos cierto que una ley sin una financiación expresa o unas exenciones fiscales adecuadas puede tener poco recorrido.

Tampoco la ganadería extensiva, con su importante labor preventiva contra los incendios forestales, pasa por su mejor momento debido al estancamiento de los mercados y a la falta de competitividad con los productos de ganaderías estabuladas, además de la dificultad para encontrar mano de obra cualificada dispuesta a los grandes sacrificios que el trabajo de pastor supone.

A pesar del impulso inicial, la utilización de la biomasa obtenida de los productos forestales tampoco ha creado una alternativa económica viable, dados los altos costes de su obtención y transporte y las insuficientes primas a la producción -mucho menores que las de otros sectores de energías alternativas como la fotovoltaica o la eólica-. La importancia de la captura de carbono que realizan los montes no ha sido valorada para incluirlos dentro de los negocios jurídicos derivados de la lucha contra el cambio climático. Y, por supuesto, no existen compensaciones financieras por todos los servicios ambientales que los montes proporcionan a la sociedad, lo que en términos económicos se llama externalidades.

A estos problemas tenemos que añadir la costosa administración de los montes, derivada de la puesta en marcha de mecanismos de gestión respetuosos con la conservación del medio, así como los elevados gastos destinados a evitar amenazas ambientales como los incendios forestales, la seca de las encinas, las plagas o las plantas invasoras.

Por eso, y aunque siempre es de aplaudir que los montes sean noticia no sólo cuando se queman, podría plantearse si es este el camino para relanzar una política forestal moderna más acorde con los tiempos que nos ha tocado y que seguramente nos tocará vivir en un futuro más complicado ambientalmente que el que preveía el Plan Forestal hace veinte años.

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