Esta boca es tuya

Antonio Cambril

cambrilantonio@gmail.com

La Navidad sin mí

El hogar no era un edificio, eran las personas y los animales que queríamos... Todo lo demás era, y es, farfolla consumista

Estos días me ha dado por pensar en Swinburne y el poema en el que postula que el pájaro que trina ahora en mi ventana es el mismo que cantaba en un árbol del Paraíso. El escritor británico mantiene, de manera intuitiva y con Schopenhauer o Dawkins, que el individuo importa poco, no es más que un vehículo utilizado por la especie para perpetuarse, para vencer al tiempo. Según esa teoría cada ser es una multitud, es todos los que lo precedieron y todos los que lo continuarán. Aunque relativamente joven, yo soy mi padre, muerto hace tiempo, el último de una saga, el que ha visto retirarse de la mesa navideña y desaparecer uno a uno a sus mayores. Siento una aguda nostalgia por aquellas fiestas y por las que han de llegar cuando ya no esté y en las que, estoy seguro, me echaré mucho de menos. Me atropellan tan locos pensamientos porque este 25 de diciembre vino a visitarme mi hija después de cuatro años exiliada por los más remotos confines del mundo. Me reencontré entonces con el espíritu navideño, con la sagrada familia, con el bullicio intergeneracional, con el rostro de mi madre, con la sopa de apio que ella preparaba y aromaba toda la casa. De pequeño vivía junto al campo y la casa era un portal: faltaba la vaca, pero estaban los ángeles (los niños), vivió un tiempo un burro y nos acompañaron durante años perros, gatos, gallinas, pájaros y conejos. El hogar no era un edificio, eran las personas y los animales que queríamos o usábamos, el fuego que calentaba los corazones y derretía el hielo del invierno. Y estaban también las zambombas, las panderetas y algunos humildes regalos de Reyes que le conferían un carácter artesanal. Todo lo demás era, y es, farfolla consumista.

He huido siempre de las columnas personales, así que me perdonan la ñoñería. Soy un cristiano sin Dios, cuya inmensidad no me cabe en la cabeza (aunque hay quien mantiene que yo, y todos los demás, sí cabemos en la suya). Y escribir contra las Pascuas ha sido una de mis especialidades pese a lo mucho que las disfrutaba. Así que quiero retractarme, afirmar que la Navidad, mientras la familia exista, será un refugio, la fiesta más entrañable del calendario. Y desearles a todos el gozo que supone la compañía de aquellos que les quieren y a quienes quieren. Que la felicidad no sea, como mantiene Borges sobre la lluvia, algo que sólo ocurre en el pasado… un melancólico recuerdo.

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