LOS mixtificadores de la historia estarán encantados con el discurso de Obama en El Cairo sobre la tolerancia idílica en la Córdoba musulmana, pero los científicos de la historia han sido unánimes: esa visión no se corresponde con la realidad, salvo en períodos de tiempo concretos, aparte del disparate anacrónico de hacer coincidir el califato con la Inquisición. Como el 90% de los norteamericanos, el blanco que le escribe los discursos al negro Obama no tiene mucha idea de historia (ni de geografía, ya puestos: habría que buscar con lupa a algún yanqui que sepa situar a Córdoba en el mapa).

Por el contrario, quizás porque el suceso está más cerca y es memoria viva para muchos ciudadanos USA, Barack Obama estuvo sembrado en los dos hitos de su viaje a Europa: la conmemoración del desembarco de Normandía y la visita al campo de concentración de Buchenwald. En Normandía, junto a las tumbas de los 9.387 norteamericanos que dieron sus vidas en la batalla y sintiendo el aliento de los supervivientes del desembarco, Obama recordó algo tan elemental como necesario en estos tiempos de relativismo moral y negacionismos: que allí unieron sus fuerzas gentes que profesaban distintas ideologías, venían de clases sociales enfrentadas y adoraban dioses diferentes para combatir el mal que tiranizaba y exterminaba a Europa y amenazaba al mundo.

Más allá del reconocimiento de la contribución de Estados Unidos a la libertad de Europa debe quedar este mensaje esencial de la legitimidad moral de los que se aliaron para detener a sangre y fuego al nazismo. A menudo se tiende a medir todas las guerras por el mismo rasero y a asimilar a los agresores y los agredidos. Todos cometen crímenes, pero eso no los hace iguales. Por decirlo con palabras de Churchill, "la guerra es horrible, pero la esclavitud es aún peor". Aquella guerra horrible hizo posible que ahora seamos libres. Si nuestros antepasados no se hubieran levantado contra el fascismo la humanidad sería mucho peor de lo que es, y ni tan siquiera podríamos decirlo.

Era obligada también la visita de Obama a Buchenwald, símbolo de los campos de exterminio nazis, que él transformó en ejemplo de la voluntad de reconciliación que necesitan los enfrentados en el mundo actual, y que él exige (a los judíos de ahora, que habrán de asumir la creación de un Estado palestino, y a los árabes, que tienen que aceptar que Israel exista y dejar de sembrar el odio). No queda más que aplaudir con entusiasmo, desde esta esquina de un rincón de la Europa liberada, los gestos de Barack Obama, representativos de lo mejor de Norteamérica, y su capacidad para aprender las lecciones de la Historia y convertirlas en acicate para las nuevas luchas que demanda la lucha vieja por la libertad.

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