Quousque tamdem

Luis Chacón

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Octubre...

Que un siglo después, tras el gulag, el comunismo disfrute de defensores, parece una broma macabra

El 25 de octubre de 1917 (7 de noviembre en nuestro calendario), los soviets tomaron el Palacio de Invierno, derrocaron al débil gobierno democrático de Kerenski y se hicieron con el poder. La salva de artillería del viejo acorazado Aurora marcó el inicio de un asalto que no fue tal pues nadie defendió la sede del gobierno. Pero la mano maestra de Eisenstein, sobre todo en Octubre, y la excepcional maquinaria propagandística soviética hicieron el resto. La revolución rusa se convirtió en el referente para toda la izquierda. Primero europea y al poco tiempo, mundial.

Lenin había llegado a Rusia en abril gracias a un oscuro acuerdo con el Imperio Alemán. El famoso tren sellado que le permitió atravesar territorio enemigo -Rusia y Alemania estaban en guerra- le llevó desde Zurich a Suecia y le permitió liderar una revolución que pudo ser liberal y, lamentablemente, se convirtió en totalitaria. A lo largo del período de entreguerras, la dura crisis económica y sobre todo, el fin del status quo que supuso la I Guerra Mundial, convirtieron a la URSS en una especie de lejana y adorada Arcadia Feliz a la que peregrinaban los intelectuales occidentales para conocer obsequiosa y estrechamente vigilados por un comisario político, los grandes logros de la revolución. Tontos útiles les llamó Lenin. Y sin embargo, alababan logros que se habían alcanzado hacía decenios en las democracias occidentales con el valor añadido de que además, se vivía en plena libertad. Algo que el comunismo nunca ha sido capaz no ya de garantizar, sino siquiera de prometer más allá de en los encendidos discursos de sus líderes.

Que un siglo después, tras el gulag, la revolución cultural o el genocidio de los jemeres rojos, el comunismo disfrute de defensores, parece una broma macabra. Cuando aún hay países como Cuba o Corea del Norte sufriendo larguísimas y dinásticas dictaduras comunistas resulta inefable ver a los cachorros del comunismo postmoderno atacar a las monarquías europeas, modelo de democracia parlamentaria. Tras la Segunda Guerra Mundial, el fascismo se convirtió, justamente, en el diablo a exterminar. Sin embargo, el comunismo pareció otra forma de democracia. Tan distinta que ni ofrecía libertad, ni generaba riqueza alguna, como pudimos ver cuando, tras caer el muro, el decorado se vino abajo y observamos la miseria a la que había llevado a media Europa. Como dicen ellos: Nada que celebrar.

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