Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Ojos

SUPONGO que llegará en el futuro un momento en que haya tantos operadores de cámaras ocultas como personas filmadas. O quizá ya está ocurriendo, quién sabe. Cualquiera de nosotros es actor a la fuerza no sé cuántas veces al día de una película de la que ignora todo: cuando cruza una calle, cuando se detiene en un escaparate, cuando hace cola en el banco... Los sociólogos calcularon hace ya muchos años los miles de impactos publicitarios que un individuo recibe consciente o inconscientemente a lo largo de un día. ¡Era aterrador descubrir la impunidad con que los publicitarios cazaban nuestra atención y se entrometían en el inconsciente con completa impunidad!

¿Cuántas cámaras captan nuestra imagen cada día? ¿Quiénes nos ven? ¿Dónde van a parar las imágenes inútiles? No pasa una semana sin que descubramos una nueva cámara colocada en un lugar estratégico. Las he visto en los sitios más insólitos, desde una cafetería de medio pelo a una paupérrima tienda de baratijas. La cámara, esté o no conectada, tenga o no permiso, es un elemento de defensa personal de primer orden. No es casualidad que los autores de matanzas indiscriminadas cuiden tanto el engranaje del fusil como las poses del reportaje gráfico que luego colocan en internet para asegurar su fama póstuma.

Hay una fe desmesurada, a mi juicio, en las cámaras de videovigilancia, un fanatismo por la imagen oculta que supera cualquier cálculo. Una decena de taxistas de Granada ha añadido ahora al ajuar del coche (la radio conectada por regla general a la COPE, una jarapa, un adorno metálico que representa el fervor del conductor, un bolígrafo barato sin capuchón) una cámara para filmar a los usuarios con la idea de repeler a los asaltantes. Según la Agencia Española de Protección de Datos la colocación de la cámara en el taxi es una actividad ilegal, ya que solo los automóviles de las empresas de seguridad están autorizados a disponer dispositivos de filmación. ¿Y qué? Nada. No creo que haya ley más inútil y reiteradamente incumplida que la que protege nuestra intimidad. Supongo que la razón de ese quebrantamiento es que gran parte de las víctimas consienten de buena gana, se han resignado a ser grabados y vigilados o prefieren, nunca mejor dicho, mirar para otro lado.

Los comerciantes del centro comercial abierto, por ejemplo, han expresado sin ningún tapujo su deseo de que mientras se tramita el permiso para el circuito de videovigilancia que han pedido van a utilizar ¡las cámaras de tráfico del Ayuntamiento! ¿Cómo pueden estar tan seguros de que el Ayuntamiento va a permitir el uso torticero de sus dispositivos de seguridad para fines particulares? El Ayuntamiento, hasta ahora, no ha dicho nada.

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