Pieza suelta

José Antonio Pérez Tapias

Oración laica a un beato

ES intenso el bullir de Granada ante un acontecimiento como la beatificación de Fray Leopoldo de Alpandeire, de queridísima memoria para muchos católicos dentro y fuera de nuestra ciudad. Hay quienes recuerdan al fraile limosnero haciendo el bien por sus calles y plazas. La devoción que se le profesa hará que el próximo domingo peregrinen decenas de miles a la base aérea de Armilla para la ceremonia con la que la Iglesia reconocerá sus virtudes. Se puede imaginar la sorpresa del capuchino por el excéntrico lugar en que se celebrará la misa de su beatificación. Para un talante franciscano será sorprendente que sea en unas instalaciones militares, por más que las democráticas Fuerzas Armadas españolas verifiquen su conversión en instrumento de paz -¿lograrán serlo en Afganistán?-.

Es de esperar que la beatificación transcurra según la humildad de los Hermanos Menores de San Francisco, llamados a radicalizar la imitación al santo de Asís, llevando a sus últimas consecuencias el seguimiento de Jesús pobre. Sería buena noticia que en un acontecimiento como el que se va a vivir, los primeros puestos se reservaran a marginados, inmigrantes, enfermos e incluso a prostitutas que ejercen en los límites de la ciudad -sabido es que precederán a la gente de orden en el Reino de los cielos-. Y qué menos que para los parados sea gratis el acceso a asientos. El evangelio cuadra mal con los protocolos de este mundo según relaciones de poder.

Ya que la tradición católica reconoce la intercesión de santos y beatos, aunque siempre supeditada a la mediación de Jesucristo, cabe sugerir desde el pueblo -laicamente, por tanto- motivos por los que orar al buen fraile. Amén de su ayuda para compartir con los pobres, ayudar a los enfermos y sembrar paz donde haya odio, se puede implorar su acción benefactora para determinadas causas.

Dado que es aquí donde se proclama su ascenso a los altares, estará bien que se le invoque para que la comunidad católica de España, a tenor de la osadía franciscana, renuncie a sus privilegios y proponga la revisión de los injustificables Acuerdos entre la Iglesia y el Estado actualmente en vigor. Es justo y necesario, a la vez, pedir ayuda al beato para que en la Iglesia se respeten los derechos humanos, incluida la libertad de expresión que se niega a tantos teólogos, como el brasileño Boff y recientemente el vasco Arregi, franciscanos que han abandonado la orden por presiones de Roma. Y, recordando a Santa Clara, habrá que poner en primer plano la petición de que acabe la discriminación de la mujer en la Iglesia, escándalo que clama al cielo. Desde allí algo podrá hacer Fray Leopoldo por estas causas que seguro destacan en el panorama de su visión beatífica

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