El lanzador de cuchillos

Oración volteriana a Jesús del Rescate

Que triunfe la razón, que ahoga la discordia y fortalece la virtud. Sólo los espíritus razonables piensan noblemente

Lunes Santo, segundo día de esta semana de pasión, muerte y resurrección. Por una vez, no me dirijo a los lectores; me dirijo a ti, Señor improbable de todos los seres, de todos los mundos, de todos los tiempos, si es permitido a débiles criaturas, perdidas en la inmensidad e imperceptibles para el resto del universo, atreverse a pedirte algo. Mira con piedad los errores de nuestra naturaleza. No nos has dado el corazón para aborrecernos ni las manos para degollarnos. Haz que nos ayudemos mutuamente a soportar el fardo de una vida penosa y fugaz; que las pequeñas diferencias entre los trajes que cubren nuestros mínimos cuerpos, entre nuestros insuficientes lenguajes, nuestros ridículos usos, nuestras imperfectas leyes y nuestras insensatas opiniones, que todos esos pequeños matices, en fin, que distinguen a los átomos llamados hombres, no sean motivo de odio y persecución; que los que encienden cirios a media tarde para celebrarte soporten a los que se contentan con la luz declinante de tu sol; que los que se visten con tela escarlata para decir que hay que amarte no detesten a los que dicen lo mismo bajo una capa de lana negra; que sea igual venerarte en una jerga antigua que en otra recién formada.

Que no persigamos, en tu nombre, a quienes tú consientes; que nuestras acciones no desmientan nuestra moral. Ayúdanos a ser humanos, compasivos, indulgentes. Tolerantes, porque la mutua tolerancia es el único remedio a los errores que pervierten el espíritu de los hombres de un extremo a otro de la tierra. Que triunfe la razón, que ahoga la discordia y fortalece la virtud. Sólo los espíritus razonables piensan noblemente: cabezas coronadas, almas dignas de su rango. Sean ellos quienes nos guíen, recomendando lo que nos une y no lo que nos divide, iluminando el camino por el que transiten ciudadanos virtuosos, no escolásticos sectarios.

Líbranos, Señor, de la superstición y el fanatismo. Que todos los hombres recuerden que son hermanos, que abominen de la tiranía ejercida sobre las almas. Si los azotes de la guerra son inevitables, no nos aborrezcamos, no nos destrocemos unos a otros en tiempo de paz, y empleemos el instante fugaz de nuestra existencia en bendecir en mil lenguas diversas, desde Bagdad a California, en el Raval y la Magdalena, tu bondad que nos lo concedió. Así sea, Señor del Rescate. Amén, monsieur Voltaire.

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