País ineficiente

España tiene una lamentable cara de corrupción, pero sería injusto olvidar que esos delitos son perseguidos y juzgados

En uno de los últimos poemas que escribió antes de dejar la poesía, Gil de Biedma proclamó que su ideal de vida sería vivir "en un viejo país ineficiente", dedicado a la tarea de "no leer, no sufrir, no escribir, no pagar cuentas". Ese viejo país ineficiente era el nuestro, y aunque Gil de Biedma hablaba de él con cierta nostalgia, su mala fama de país incompetente y corrupto ha llegado a convertirse en un tópico entre nosotros. Si nos preguntaran a bote pronto de qué cosas estamos orgullosos como españoles, lo más probable es que sólo pudiéramos citar a la selección de fútbol que ganó el Mundial y muy pocas cosas más (algunos deportistas, quizá, o cantantes o actores de cine). Porque la imagen que tenemos de nuestro país es casi siempre negativa. Y si pensamos en España, enseguida pensamos en la corrupción, en las trifulcas políticas o en el cainismo dogmático que lo invade todo. Y nadie se acuerda de la Seguridad Social, que es una de las mejores del mundo, ni de nuestros médicos y científicos -que los hay, y muy buenos-, ni tampoco de nuestros profesores, que también los hay, y muy buenos. Porque nada de eso nos llama la atención. Y, en cambio, seguimos pensando que somos ese viejo país ineficiente en el que el compadreo y la corrupción de unos pocos amiguetes lo dominan todo.

Y sí, es verdad que España tiene una cara lamentable de corrupción y chanchullos, pero sería injusto olvidar que esos latrocinios son perseguidos y que muchos de los personajes que los han protagonizado están en la cárcel o a la espera de juicio. Y si muchos de ellos aún no están en la cárcel, eso se debe a que tenemos leyes muy garantistas y aplicamos un procedimiento judicial que no ha variado desde el siglo XIX. Es decir, que la infinita burocracia judicial retrasa de forma vergonzosa los juicios y las condenas.

Las últimas detenciones en Madrid nos vuelven a hacer creer que somos un país predestinado por una especie de anomalía genética a la corrupción política. Pero eso no es verdad. La corrupción no es una fatalidad que nos haya tocado padecer, sino una conducta que hasta ahora ha gozado de impunidad porque no había normas ni contrapesos legales que la dificultaran en todo lo posible. Y eso es justamente lo que nos falta: ese control legal que haga muy difícil que unos cuantos sinvergüenzas se lleven tan tranquilos el dinero de todos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios