La tribuna

Emilio González-Ferrín

Paradigma Al-Andalus

AL-Andalus es del que lo necesite. Como la poesía para aquel cartero de Pablo Neruda dibujado por Skármeta. Sirve para rotos y descosidos: el integrista aquel, descontento de tiempo y geografía, decía que lo recuperaría para mayor gloria de un nuevo imperio almorávide. Otro integrista, el que sujeta al perro en las portadas, decía que España se constituyó contra el islam, y que en ese desalojo purificador se eliminaba al-Andalus. Además, hay quien lo evoca para "volver a ser lo que fuimos", y quien lo airea de reclamo en nuestro motor de turismo desarrollista.

A todos les vale al-Andalus y todo vale para lo andalusí, desde las fiestas de Alcoy hasta las misas mozárabes; desde alboronías, alcayatas y jofainas hasta los baños morunos, en realidad termas romanas. Y luego llegan los listos, los contertulios que miraron por el ojo de la cerradura de cada rincón de la historia. Los que descubren que todos se mataban y se quemaban libros y con ello creen referirse a un tiempo concreto, cuando en realidad hablan sobre el género humano.

Lo importante del discurso de Obama en El Cairo no son las erratas elevadas a errores ("tolerancia en Andalucía y Córdoba durante la Inquisición"). No, ésos son cotilleos de modistillas. Claro que no es lo mismo al-Andalus y Andalucía; claro que entonces no había Inquisición. Pero eso se arregla con ajustes de corrector de estilo. Algo que no arregla un decenio de idelogía de choque. Con Huntington alimentado por Bernard Lewis asesorando a un presidente, convencido éste de una misión celeste que bien valía el despeinado por el aire de las Azores. No; lo importante de Obama es algo ya evocado por Jacques Chirac cuando visitaba Marruecos como presidente de la República Francesa -también habló de al-Andalus-. Lo importante es haber dado con algo, presentir una veta: algo en torno a al-Andalus evoca que el islam estuvo una vez a la altura de los tiempos. Que hubo un rincón de Europa -dos, con Sicilia- en que, al margen de lo que se rezase -que al final siempre es lo mismo-, la vida pública era en árabe. Igual que en esa parte del mundo que hoy se muestra tan efervescente.

Al-Andalus como paradigma, como esquema posible, no es una panacea o un bálsamo. Es una posibilidad servida con un par de ilustraciones. Al igual que ocurre con la fotografía, al evocar una fecha del pasado siempre se cercena su esencia: el movimiento. Se nos presenta en luces y sombras planas lo que se produjo en marcha; desde algo hacia algo. Por eso la historia es objeto de comentarios opuestos, porque no la vemos moverse y la mostramos desubicada, apta para la manipulación. Pero esa idea de al-Andalus como paradigma viene siendo bastante consistente. Ya apostó por ella el francés-argelino Muhammad Arkoun y acababa de referirse a lo mismo el pensador Jahanbegloo, el iraní desterrado en Estados Unidos.

En nuestro caso, vuelve a ser vino viejo en odres nuevos. Como no nos explicamos a nosotros mismos, esperamos a que nos citen desde fuera para criticarlos. El eminente sevillano de Harvard, Francisco Márquez Villanueva, lleva unos sesenta años hablándonos de las Españas posibles, que es un modo de hablar de los mundos posibles. Pero sólo queremos una y uno. También lleva sesenta años pidiendo que la historia se sepa leer y la literatura se pueda historiar; pero aquí no nos gusta salir de nuestros despachos; en los pasillos te encuentras con cualquier cosa.

De eso va el paradigma al-Andalus y su lectura contemporánea. De un mundo en el que podamos encontrarnos cualquier cosa, habiendo superado incluso el mismo concepto de tolerancia. Porque tolerar es admitir al diferente de la mayoría, y lo que se busca en ese criticado buenismo internacionalista es, precisamente, atender a un mundo posible en que lo natural es no ser iguales. Ese al-Andalus evocado -seguramente entre 850 y 1086- permitía primeros ministros cristianos y jefes de la policía judíos. El estudio del griego modelaba pensamientos en árabe, la poesía árabe creaba la métrica hebrea, y los cantos judíos forjaban refranes romances.

Probablemente, la aportación más interesante del discurso de Obama en El Cairo, frente a uno de nuestros principales valores internacionales -el embajador español en Egipto, Antonio López- sea la idea general de que hay unos valores por encima de toda fe o costumbre. Derechos humanos, igualdad, incorporación de la mujer, concepto de democracia -no meras votaciones y la condena de un cierto liberalismo totalitario que pretende ir por el mundo preguntándose cómo es posible ser tan distinto. Al-Andalus, a beneficio de inventario, es un terreno aún por explorar.

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