El lanzador de cuchillos

Paritorios paritarios

Las navidades de petardos y frío aterrador que mostraba el cine del desarrollismo ya no volverán. Nadie va a echar de menos a Chenchu

No soy especialmente religioso, pero me gusta ese niño judío que está a punto de nacer en Belén. Le tengo cariño a esa familia pobre y perseguida y, aunque el tiempo pase inexorable, sigo mirando con ojos infantiles a los magos que llegaron de Oriente siguiendo una estrella para dejar en el pesebre oro, incienso y mirra.

Acusa Juan Manuel de Prada al podemismo gobernante en las dos principales ciudades de España de querer arrasar nuestras tradiciones. Y de hacerlo, no por decreto, sino subrepticiamente, mediante sucedáneos paródicos y caricaturas grotescas. Pasando por alto el habitual tono apocalíptico de monseñor De Prada, es imposible negar que algo de eso hay. De ingeniería social, quiero decir, de transformación forzada. En 2015, recién aterrizada en el ayuntamiento, Manuela Carmena se sacó de la chistera lo de la reina maga y Ada Colau no quiso ser menos ocurrente e invitó "a los barceloneses y barcelonesas a celebrar el solsticio de invierno, la vuelta a la luz y el final de la oscuridad". Parecía mayormente que la anterior corporación había dejado impagados los recibos de Endesa.

El año pasado, Colau eliminó a los Reyes Magos del belén municipal y escondió al Nen y su familia en cajas de cartón; este año, la alcaldesa de los okupas ha desalojado definitivamente el pesebre y, adelantándose tres décadas a la fecha que profetizó Isaías, ha clavado al Niño en un palo de madera, como si fuera el Toro de la Vega o un platillo chino de los que los perroflautas hacen girar en los semáforos de la Diagonal.

En Sevilla también se han apuntado al belenismo alternativo. En los habituales puestos navideños de la Avenida de la Constitución proliferan estos días los Nacimientos inclusivos, paritorios paritarios en los que la Virgen es negra, el Niño es mora y la mula se siente buey. Esta apoteosis de la corrección está presidida por un cartel oficial en el que un arcángel en trance homoerótico se menea delicadamente la giralda.

Las navidades de petardos, familias numerosas y frío aterrador que nos mostraba el cine del desarrollismo ya no volverán. Nadie va a echar de menos a Chencho ni aquella España carpetovetónica, pero yo me resisto a felicitar el solsticio de invierno, con su niño transgénero, sus reyes republicanos, sus pastores animalistas y sus caganers de la CUP. A mí, en Navidad, lo que me gusta es escuchar a las familias gitanas que se reúnen junto al fuego, entre zambombas y guitarras, para cantarle villancicos de gloria al niño Manuel.

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