¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Pedro Sánchez, 'El Nazareno'

Hace unas semanas todos dábamos por muerto a Sánchez. Quien lo haga hoy corre el riesgo de hacer el ridículo

A Pedro Sánchez todos lo daban por muerto y en los corrillos socialistas se escuchaban risitas y chistes fáciles cuando sonaba su nombre. Sin embargo, el pasado sábado lo vimos resucitar en Dos Hermanas, uno de los pocos grandes núcleos urbanos que le quedan al PSOE andaluz y cuyo alcalde, el histórico Francisco Toscano, lleva tatuado en la espalda, en honor a Susana Díaz, aquellos versos de Quevedo: "No he de callar por más que con el dedo,/ ya tocando la boca o ya la frente/ silencio avises o amenaces miedo". El valor y la independencia, aunque sea para apoyar a un líder tan nefasto como Pedro Sánchez, es siempre un hermoso espectáculo.

Mientras Sánchez convertía a Dos Hermanas en su particular Covadonga, en el sacrosanto lugar desde el que pretende reconquistar el partido perdido, aquel que lloró como un niño, Susana Díaz también echaba mano de la casquería histórica y acudía a Alcalá de los Gazules, uno de los solares más antiguos y señeros del socialismo andaluz, pero también un símbolo de la política orgánica socialista andaluza, caracterizada desde la Transición por el clientelismo y las grandes familias de poder (cada cual se retrata a su manera). Hace unas semanas todos dábamos por hecho el triunfo de la política trianera y la muerte de Sánchez; hoy por hoy, quien lo haga, corre el peligro de hacer el ridículo. Si algo nos han enseñado el Brexit o la victoria de Donald Trump es que, en los tiempos que corren, la diosa fortuna sonríe a los políticos demagogos que consiguen adueñarse de términos esponjosos como "pueblo" o "militancia", por mucho que su discurso sea hueco o tramposo. Sánchez, además, tiene la ventaja de una imagen que casa con la de la mayoría de la clase profesional urbana española -esa que te aúpa a la Moncloa-. Las coletas, las mochilas y la ciencia política a la luz de las velas están muy bien para ligar o para conseguir un grupo parlamentario, pero no para el asalto definitivo al poder, sobre todo cuando se tiene que cumplir con el fastidioso trámite de las urnas, donde el voto de un provecto campesino tiene el mismo peso que el de un joven de la nueva ola, para disgusto de Carolina Bescansa.

En su escudo de armas, Pedro Sánchez debería poner ya el sobrenombre de El Nazareno, en honor al lugar de la Baja Andalucía en el que volvió al reino de los políticos vivos. Como dicen los cronistas deportivos -esos forjadores del lenguaje tan poco reconocidos por la Academia-, "hay partido".

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