NO es que me pirre por ser Pedro Sánchez, he's not my cup of tea. No hay en él, políticamente visto, un mínimo poso de ternura que me afloje el muelle de la compasión. No me parece ideal un tipo que alardea del NO y confirma que es más anti que pro. Nunca fueron mis favoritos quienes antes que defender lo propio, con el ahínco y la fe de quien se lo cree lealmente, prefieren volcarse en contra. Es el caso del infortunado antipeperismo de Pedro.
Vista la ratificación clarísima del mensaje del pueblo, confirmada y aumentada en torno a Rajoy tras los comicios del 20-D en las elecciones generales del 26-J, si yo fuera Pedro (imaginativo que es uno), y visto el efecto de las fallidas maniobras pro ocupación de la Moncloa conocidas, intentaría sacar tajada, qué menos, del desastre electoral socialí, tal y como suelen hacer siempre quienes pierden. ¿Cómo? Haciendo decisiva la aportación socialista en cada proyecto de ley, en cada votación previa, en cada maniobra reformista, en cada decisión importante. Quizá habría que no ser Pedro para entenderlo.
Si yo fuera Pedro, en vez de aliarme, cansino como parece, con la repetitiva monserga de Pablo culpable, Rajoy indecente, yo la luz, y viendo que los electores no le compran la copla, cogería el programa socialista que mereció el segundo lugar de los españoles en número de escaños, y me iría a ver a Rajoy. Le subrayaría de rojo muy rojo, casi morado, los puntos sobre los que montar un acuerdo mínimo de progreso. Respondería así, de una vez, al verdadero uso que los electores progresistas esperan de tal representante político: ser un instrumento necesario e imprescindible, que justifique el voto de sus votantes.
Se trata de devolver al PSOE al nivel de confianza que tuvo en torno a la estabilidad de nuestro país. Que retorne a la senda de la importancia histórica que tiene, desgajando la ambición particular de un líder menor, de la estrategia colectiva, y converger así en lo que realmente importa, y a todos nos conviene: no dejar la hegemonía de la izquierda en manos de la radicalidad y el populismo.
Ganado lo cual, si yo fuera Pedro, me olvidaría de mirar tanto a ese espejito mágico que me sostienen los cobistas de turno, e, inmediatamente, propondría un congreso federal para que el partido decidiera si cambia o ratifica al líder, tras la hecatombe. Si yo fuera Pedro me presentaría a la reelección como secretario general del PSOE, y demostrar si el apoyo de los militantes es veraz frente a Susana, o, en cambio, dejar escrita la historia de un Quijote en ínsula progresí, de lanza en astillero, rocín flaco y adarga antigua, y repleto de honra. Y usted que lo lea.
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