Perdón miserable

Desde el edicto de Milán la Iglesia supo muy bien que, por supuesto, sólo debía de estar con los suyos

En los próximos días, según los adelantos realizados, tendremos como portada de todas las noticias la disolución definitiva de la organización terrorista vasca que durante décadas llenó nuestro país de muerte. Todo ello realizado en su particular defensa de la libertad del "pueblo" vasco. Los españoles que tenemos cierta edad convivimos desde siempre, desde que tuvimos uso de razón, como se acostumbraba a decir, con los criminales actos de semejante banda. Llegó un momento en que personalmente me parecía que aquella barbarie asesina sería algo tan insoluble como la guerra entre árabes e israelitas o el enfrentamiento entre soviéticos y estadounidenses. Por suerte estaba equivocado en al menos dos de esos hechos que llenaban nuestra historia cotidiana. Terminó la guerra fría y acabó derrotado el terrorismo que mataba en nombre del "pueblo" vasco.

Se escribe mucho sobre como cerrar las heridas producidas por todos los asesinatos cometidos por esa banda, se escribe mucho sobre no dejar que se diga lo contrario a lo que ocurrió o que se haga un discurso equidistante entre un bando y otro, si es que hubo bandos. Tengo claro yo eso de los bandos. Y de todo lo escrito, nada me sorprendió más que uno de los capítulos del excelente libro de Fernando Aramburu, Patria. Ese capítulo, que me produce escalofrío, en que el sacerdote le pide a la viuda del asesinado que es mejor que no vuelva al pueblo, que molesta su presencia.

Ahora las autoridades eclesiásticas del "pueblo" vasco han dado a conocer una nota en que piden perdón por las "complicidades" de la iglesia vasca con el grupo terrorista. Yo no me sorprendo que unos encapuchados pidan perdón a su manera, no podemos esperar mucho más de quienes han matado y extorsionado a todo el mundo durante décadas. No me puedo sorprender que los políticos nacionalistas vascos hayan estado siempre en la ambigüedad de condenar según qué cosas. Un partido que tiene como lema "Dios y Ley Vieja" saca provecho del gobierno de Madrid cada vez que al gobierno de la nación, de unos o de otros, le falta un puñado de votos para aprobar los presupuestos o lo que sea. Nada de ello nos puede sorprender.

Ni se sorprendan ustedes que unas autoridades eclesiásticas sean tan miserables como para pedir perdón por esos hechos con los que dice que ha sido cómplice. Desde el edicto de Milán la Iglesia supo muy bien que, por supuesto, sólo debía de estar con los suyos. Vale.

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