Los nuevos tiempos

César De Requesens

crequesens@gmail.com

Pereza creativa

La pereza navideña se instala en cada ánimo para darnos la quietud suficiente para ahondar en su profundidad y su misterio

Ver paisajes plácidos sin mayor objetivo que andar unos pasos por la mañana con el frescor despertándonos al contacto con la cara; charlar hasta las tantas sin más esfuerzo que el de levantarse de rato en rato a servir un té u otra bebida. Esperar a que llegue la familia. Ver las pelis ya más que vistas en la tele atontada por Navidad, ese tiempo en que el hacer cede paso al sentir, al encuentro, pues nada hay más urgente ahora que volver a ser lo que éramos, la parte de un todo y no esta ilusión de esforzados solitarios angustiados.

Descubrir que la gula o la pereza tampoco son tan malas. Y probarlas. Tirar por la borda meses de gimnasio y madrugones de madrugada para encontrarnos remoloneando en la cama hasta deshoras sin más despertador que el propio biorritmo marcando la pauta de las comidas, las levantadas y las salidas sin rumbo ni objetivo más que el de una buena charla.

La pereza navideña se instala en cada ánimo para darnos la quietud suficiente que necesita nuestro espíritu para ahondar en su profundidad y su misterio. El alma tiene una cadencia propia que la razón no consiente pero que le es necesaria. El orden que con tanto afán buscábamos llega solo poniendo en el caos de nuestras vivencias su orden caprichoso hecho con hilos de oro de vivencias previas y asociaciones propias.

Hay quien, desesperado, acosado, acelera aún más por estas fechas y huye a no sabe dónde para recoger más vivencias carentes de experiencia. Reniega del buenísimo imperante para refugiarse en la falsa liberación de la escapada consentida y programada. Huir quiere de los lazos no pedidos, de la asfixiante familia que no nos cuadra pues esa no la pedimos sino que se nos dio sin consultarnos así como los maremotos los sufres y hasta te matan sin haberte preguntado si querías tanta agua.

Pero descubres por Navidad que el hacer y hacer por hacer, como una Santa Marta condenada a ser ella misma y al cubo, no es más que la distracción de la vocación primera que ninguna escuela nos enseña: la de ser por solo ser, para serse, para darse y para querer.

La entrega a esta pereza entrañable reconcilia y a veces sana. Todo en esta vida es rito y costumbre. La planta crece sin moverse y ahonda en su raíz. Así debe ser. Así podemos ser. Feliz pereza a los hombres de buena voluntad.

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