Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

Pidiendo perdón

El perdón exige arrepentimiento, propósito de enmienda y reparación del daño

Siempre he pensado que es mejor no equivocarse que disculparse. Sobre todo, si el error, por llamarlo de alguna manera, es consciente y sólo se reconoce cuando se temen las consecuencias. O si la disculpa nace de la cobardía o del miedo. O más habitualmente, porque te acorrala la justicia. El comunicado de ETA no tiene comentario. Es hipócrita e indecente. Miente y destila falsedad desde la primera a la última palabra. A ETA la derrotó el estado de derecho, las Fuerzas de Seguridad, los Jueces, la Ley y la unidad de los partidos. Lo de ETA debería ser una capitulación incondicional a la que España añadiera una sola cláusula: el cumplimiento de la Ley.

Pero el comunicado de los Obispos vascos si merece unas cuantas puntualizaciones. Más, cuando la posición oficial de la Conferencia Episcopal la expresó su portavoz, monseñor Gil Tamayo, al manifestar la alegría por el fin definitivo del terror etarra y recordar, a su vez, que cualquier petición de perdón exige un compromiso de reparación. Algo que olvidan estos prelados. Resulta sorprendente que haya que recordar a un Obispo el catecismo. El perdón exige arrepentimiento, propósito de enmienda y reparación del daño. Ninguna de las tres condiciones se cumplen en el caso de los terroristas, ni de quienes les siguen apoyando, sea justificándoles o votándoles.

Los Obispos no son la Iglesia. La Iglesia la formamos todos los creyentes. Así que estos prelados deberían hablar por ellos si fueron cómplices de algo y no por todos los católicos vascos. Menos aún por los que fueron asesinados con un tiro en la nuca o cayeron bajo la metralla de las bombas que tan cobardemente colocaban los gudaris de pacotilla de la banda. Si el perdón lo hubieran pedido aquellos Obispos y sacerdotes que se negaban a oficiar los funerales por los policías y guardias civiles asesinados por ETA, igual hubiera servido de algo. No sé si nos lo hubiéramos creído pero, al menos, hubiera supuesto una cierta actitud de humildad. O de disimulada soberbia. ¿Quién sabe?

Nadie es responsable de las acciones de otros. Esta moda de pedir perdón por hechos pasados arrogándose representaciones que nadie ha otorgado es ridícula, inútil y pretenciosa. Y también infame. Supone, no sé muy bien porqué, una especie de catarsis para espíritus pusilánimes. Pero el compromiso y la caridad cristiana se demuestran cuando las balas silban, no cuando los asesinos están entre rejas.

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