La columna

Juan Cañavate

jncvt2008@gmail.com

Politeísmo

La Constitución debía ser clara y perfecta y definir a España como lo que es, un país de curas

La reivindicación de la patronal religiosa de la enseñanza de seguir manteniendo subvenciones públicas a pesar de la pérdida de clientela en los últimos años, se ampara en una ambigüedad constitucional con la que, ustedes lo comprenderán, una persona de mente abierta como yo, no puedo estar más que en desacuerdo.

Define la Constitución a nuestro país, no como laico, que ya quisieran algunos intransigentes, sino aconfesional, algo que viene a ser ni fu ni fa y que cualquier persona con dos dedos de frente, me la medí ayer y tengo cuatro, no puede percibir sino como una afrenta a la esencia (podría decir idiosincrasia, pero hace años que juré no utilizar semejante insulto a la fonética) de nuestra amada patria.

España es un país religioso, hunde sus raíces, mal que le pese a Mircea Eliade y su célebre disquisición profana, en el fértil terreno de los sagrado y debiera ser, y todo el mundo lo entendería, un país confesional hasta los tuétanos. ¡Basta ya de ambigüedades mojigatas resultantes de una transición frustrada! El sentir religioso es parte de la naturaleza íntima de los españoles, es la masa del jamón de su identidad y la Constitución debía ser clara y perfecta y definir a España como lo que es, un país de curas.

España es tan confesional que, ya puestos, debiera dar el salto al infinito y declararse, además de confesional, politeísta, que es mucho más que religioso que el monoteísmo. ¿Por qué ponerle puertas al campo? ¿por que limitarse a un dios cuando se pueden tener muchos?

Piensen en los grandes hechos acontecidos en países politeístas, piensen en la Grecia clásica, cuna de la filosofía y del arte, y piensen en el gran Zeus, en Deméter, en Poseidón, en Afrodita o en la mismísima Atenea y, si no, piensen en la imperial Roma y en sus acueductos y piensen en Júpiter, en Mercurio o en el mismísimo Baco. Detrás de cada gran imperio hay una larga lista de dioses y si no, ahí tienen la Enéada y la cosmogonía de Heliópolis, que, además de un barrio de Sevilla, fue la capital del Bajo Egipto, muy de moda en la segunda dinastía gracias a un gran sacerdote que se llamaba Imhotep.

Piensen, cuando mediten sobre mi propuesta, en los beneficios para el turismo; nuestras ciudades llenas de variados templos, todos sin pagar impuestos, claro, ni IBI ni leches, piensen en sus sacerdotes y en las vestales llenando, con sus vestidos ceremoniales de brillantes colores, nuestras calles, piensen en la cantidad de semanas santas y procesiones, besamanos, ofrendas de flores, sacrificios humanos si me apuran, que se podrían hacer al año.

El Estado, politeísta, claro, extendería su generosa protección en las escuelas, no sólo a la religión católica. En una explosión de diversidad, pagaríamos a profesores y mantendríamos colegios de budismo, zoroastrismo, mormones, candomblé, sacerdotes de Shiva, de Odín y de la Pachamama... en fin, piensen, piensen y descubrirán conmigo, y con Andy Warhol con la Mona Lisa, que veinte mejor que uno.

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