Pieza suelta

José Antonio Pérez Tapias

Populismo y xenofobia

VAN juntos, siendo la demagogia lo que amalgama a populismo y xenofobia para formar la mezcla con que la democracia se degrada a sí misma. Lo hemos visto en Italia, con las medidas sobre inmigración de Berlusconi; lo estamos viendo en Francia, con la manera en que Sarkozy está llevando a cabo las deportaciones -llamadas cínicamente "voluntarias"- de gitanos de origen rumano y búlgaro a sus países de origen. Desgraciadamente, aunque esos casos han llevado la cuestión a un nivel clamoroso, no sólo más allá de nuestras fronteras se dan discursos populistas que, ávidos de ganar apoyos en trance de decaer, promueven un rechazo al diferente que trata de justificarse como defensa de lo propio. El par formado por discursos populistas y medidas xenófobas también asoma por sutiles derroteros donde los prejuicios hacen su trabajo. Así se llega, por ejemplo, a negar la construcción de una mezquita aduciendo falsos motivos urbanísticos o a escindir el sistema de enseñanza invocando la libertad de elección de centro, para acabar en una red privada con fuerte homogeneidad cultural y otra pública donde la población inmigrante tiene obligado acomodo.

Si las expulsiones de gitanos decretadas por Sarkozy han originado recusaciones internacionales, protestas en su propio país e incluso distanciamientos críticos dentro de su mismo gobierno, el caso es que sigue adelante con ellas retorciendo la legislación nacional y europea al respecto. Se cuenta con que las instituciones de la UE no llegarán a sancionar seriamente a Francia y se confía -lo cual es especialmente preocupante- en que no faltará una mayoría que aplauda esas medidas. Estigmatizar a una etnia o a cualquier colectivo como causante genérico de delincuencia, como factor distorsionante de la convivencia o como elemento provocador de disfunciones económicas, rinde beneficios ante una sociedad que se repliega sobre sí en tiempos de crisis. No faltan chivos expiatorios sobre los que hacer recaer la propia incapacidad para ir a las raíces del paro, de las dificultades de integración social o del malestar social acumulado. Pero esos beneficios, que los sondeos de opinión airean, son perjuicios para una democracia que quiera sostenerse sobre pilares éticos, jurídicos y de participación política bien asentados.

Populismo y xenofobia, con demagogia que halaga oídos al cultivar el narcisismo colectivo y reforzar egoísmos particulares, son los ingredientes de nuevas formas de fascismo. Éstas se incuban bajo apariencias democráticas que saltarán por los aires si un líder autoritario con fuerte apoyo mediático se sitúa al frente de una sociedad que ya nada quiera saber de derechos humanos universales y ciudadanía compartida.

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