En tiempos de abaratamiento se cotiza al alza la desnudez impúdica de las emociones, de las pasiones al kilo y con sal gorda. Que se lo digan si no a la Esteban, millonaria a base de vender intimidades: la boda, el embarazo, la primera papilla de Andreíta, los zarpazos de violencia doméstica, las primeras maletas en la puerta de su torero infiel narcisista -de libro aquel encierro taurino solo con mujeres en los tendidos-, el pleito y así hasta ya casi lo menos importante, es decir, el desnudo de Interviú, carnaza herida del Sálvame con jeta reconstituida.

Esta trayectoria en caída libre en las fauces de Mediaset, esa trituradora de lo íntimo, marca el camino a los aspirantes a las estrellas porno-emocionales dispuestas a la venta de la privacidad sin posados ni robados engorrosos. El espectáculo debe continuar y ya no es suficiente con ofrecer carne. Ya hay que explicar lo que siente esa carne herida y necesitada de hacer caja. Ahí está el ángel negro en caída, la vulgar Olvido Hormigos, aspirante al trono si queda vacante, ex concejala debutante entre la bazofia con la vulneración de su intimidad masturbatoria que, a pesar de tan impactante CV en video nunca alcanzó el morbo de la Esteban, lumpen-nenúfar, clásica hortera-esposa de torero pero de rebajas, de barrio obrero no andaluz que no canta más copla que las cuarenta en el emotion-market patrio.

Todo este espectáculo vomitivo lo consumió el respetable cada sobremesa como quien come pipas en la plaza de la Bastilla ante las ejecuciones de la realeza sangrante. En la decencia no hay carroña y el morbo ya no es sacarse la teta, cosa de antes que ya no cotiza en los mass media. Vende el porqué te la sacas y con quién y otras lindezas.

Esta nueva pornografía más retorcida tiene sus epígonos en la mala-malísima Mila Ximénez (rostro ajado, ojos entornados de odio hacia todo, voz de camionero de Cazalla) o en esa antigua cómica ya sin paz caída a lo Padilla en la desgracia de la venta de lo íntimo que ya a nadie hace gracia, contaminada de bilis, nueva forma de impudicia lucrativa que ha suplantado aquella otra intimidad desvelada que muchos celebraron del destape erótico ya demodé que, en comparación con lo que se deglute ahora en cada casa, quedó en juego de niños que ya no vende ni a nadie importa.

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