Presidente por aclaración

Boadella ha puesto la broma al frente, haciéndola inmune a las críticas nacionalistas y a los desdenes burocráticos

Cuando se anunció que Albert Boadella iba a ser investido presidente de Tabarnia, no me hizo mucha gracia. Reconocía el ingenio de la parodia, por plasma y de un señor realmente exiliado. Sin embargo, me parecía demasiada concesión al esperpento. Hasta ahora, lo bueno de la broma de Tabarnia había sido -pensé- su claroscuro. Que esa broma pudiera activarse en cualquier momento como una realidad política, al socaire de la ley de transparencia de Canadá y de los mismos argumentos independentistas. La investidura de Boadella colocaba la broma en el terreno del chiste, de la chufla, del cachondeo puro y duro, y -me temía- la desarticulaba.

Pero oí el discurso y me quité el sombrero. Lo que ha hecho Boadella tiene un inmenso mérito retórico, literario, intelectual, que quizá se entiende mejor partiendo de mi prejuicio.

Él ha sacado la broma del claroscuro y la ha expuesto a la luz. No la ha desactivado, qué va. Ha desactivado la respuesta de quienes decían que lo de Tabarnia no era serio. Boadella ha reconocido que no, en efecto, que muy serio no es, pero que mucho peor es lo vuestro; y ha resultado incontestable. El humor no tiene límites; es la mala sombra la que los tiene. El inicio tarradellasco ("No soc aquí!") marcó el tono: la cita solemne y su parodia y el retrogusto, ojo, porque se evocaba, al sesgo, lo mejor de Tarradellas: su vuelta del exilio y su llamada a la concordia.

Yo pretendía que la seriedad estuviese por delante, emboscando la broma. Boadella ha puesto la broma al frente, haciéndola inmune a las críticas nacionalistas y a los desdenes burocráticos. Ha demostrado que Tabarnia es, ante todo, denuncia, que es algo más noble que la amenaza. Yo apostaba por una Tabarnia medio en broma, medio en serio; y Boadella ha sido capaz de inventarse invistiéndose una Tabarnia toda broma y toda en serio. A medida que su discurso avanzaba subía el volumen de las carcajadas y calaba la emoción de fondo. Combinaba con un equilibrio pasmoso palabras de graves resonancias (renacimiento, ciudadanos, libertad, sentido común) con los insultos en la línea de flotación. Tras citar al Prado y a la Alhambra y a Josep Pla, su corte de mangas quedará para la Historia: un gancho (casi sonó el impacto) en la barbilla adusta del nacionalismo. Cuando acabó diciendo "¡Viva Tabarnia!, que es lo mismo que decir ¡Viva España!", quedó todo tan clarísimo como nuestra risa cristalina.

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