cámara subjetiva

Ángeles Mora

Protestas

SIGUEN los indignados e indignadas con sus indignación y está claro que es más amplia de lo que parece, que cada vez más sectores de la sociedad se suman a las protestas. Lo que ha sucedido ante el Parlamento de Barcelona es una muestra de que mucha gente ya no se quiere callar, no quiere permanecer en silencio y aguantar los graves recortes que la Generalitat está imponiendo en la sanidad, la educación, los servicios sociales… Protestaban ante el Parlamento porque es en el Parlamento donde se van a tomar, donde se están tomando, medidas económicas injustas que dañan aún más a la población más débil. No es un desprecio porque sí, pero naturalmente puede resultar una coacción intolerable. La cuestión es que mucha gente no se siente representada por unos políticos que considera al servicio del poder financiero y especulador, por eso son la diana de sus improperios.

Es comprensible que los políticos también se indignen, ya que se sienten por una parte legitimados y por otra, atropellados. Sin duda se puede reprimir por la fuerza a los violentos, llamarlos lumpen o radicales, pero ¿y la radicalidad de los recortes que soportamos no atropella los derechos también? Sería bueno que los políticos empezaran a escuchar los aullidos de la calle. Nuestra democracia tiene, claramente, muchas debilidades y cuestiones que piden reformas a gritos.

El 15M es un movimiento de resistencia pacífica y se ha querido desvincular de los actos de acoso violento. Naturalmente no se le pueden achacar al 15M todas las manifestaciones de descontento que están surgiendo, aunque tal vez sin la chispa que los acampados encendieron no se estarían multiplicando. Pero también llaman la atención sobre el carácter generalmente pacífico de las protestas, y sobre la determinación que los lleva a seguir luchando, a no abandonar una lucha que consideran sana y democrática. Por otra parte a lo mejor no tienen ya otra cosa que hacer: sin trabajo, sin porvenir. Así que si dejan las acampadas no es para quedarse quietos sino para seguir con su presión sobre una política que está llevando a un aumento dramático de la exclusión social, las desigualdades, la conflictividad. Quieren una salida de la crisis que no recaiga sobre las espaldas de los más desfavorecidos.

Los políticos deberían reflexionar y sentir que, precisamente, la fuerza que provenga de la lucha social, es la que va a revertir sobre ellos para darles más aliento a la hora de combatir a su vez por mejorar la vida de todos. Si es que eso es lo que quieren.

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