Paso de cebra

José Carlos Rosales

josecarlosescribano@hotmail.com

Publicidad impertinente

Por este camino la publicidad habitual está resultando ser cada vez más hortera

Nunca habíamos visto tanta publicidad como hasta ahora. Está por todas partes, nos asalta en cualquier sitio: mientras miras tu correo electrónico, a la derecha de la bandeja de entrada aparece una franja vertical aconsejándote vuelos baratos a países remotos; cuando pinchas en la imagen de esa noticia que te traerá las últimas baladronadas del político de turno, antes tendrás que tragarte algún vídeo publicitario de coches o seguros, anuncios todos ellos acompañados de la vana promesa de que "podrás saltarte este anuncio en 5 segundos"; y si estás (nunca mejor dicho) matando el tiempo deambulando en las llamadas redes sociales, más de una vez confundirás noticias con mensajes publicitarios, mensajes amistosos con anuncios comerciales.

Alguien me dice que los nuevos hogares serán (o lo son ya en ciertos barrios y urbanizaciones) hogares domóticos, hogares digitales, donde los espejos del baño te ofrecerán el pronóstico del tiempo, la mejor ruta para llegar al trabajo y algunas de las mejores ocurrencias de ministros intrépidos. Toda esa información irá trufada de consejos publicitarios, inocuas recomendaciones comerciales. Y eso sin tener en cuenta que la alarma de tu móvil empezó a sonar hoy con una pieza de Brian Eno y enseguida se vio entrecortada con las ofertas del supermercado de moda. La publicidad ha inundado todos y cada uno de los nuevos rincones virtuales de comunicación; ya se sabe, nadie regala nada: si quieres noticias o música o comunicarte en tiempo real con amigos (más o menos) lejanos tendrás que tragarte una dosis considerable de publicidad visible. De la publicidad invisible hablaremos (probablemente) otro día.

Recordemos que, hasta hace muy poco, nada de esto era así: la publicidad y la información se podían distinguir sin dificultad; y, si lo que deseábamos era leer una entrevista o algún reportaje, nadie nos obligaba a detenernos antes (cinco o diez segundos) en el anuncio de un refresco. No quiero parecer apocalíptico, pero por este camino la publicidad habitual está resultando ser cada vez más hortera o impertinente, la información tiende hacia una brevedad raquítica, y la posibilidad de saber lo que estamos viendo o leyendo en un momento dado empieza a volverse una quimera. Habrá que adaptarse. Supongo que habrá que adaptarse. Yo, por ejemplo, estoy dejando de comprar esas marcas (y productos) cuya publicidad me acosa o me interrumpe o se me impone.

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