Puigdemont, para los belgas

En ningún país de cuerdos se permitiría que se presentasen a una elecciones personajes perseguidos por jueces

Jamás pudimos imaginar que el "asunto catalán" pudiese ser tan extraordinariamente duradero, tan sorpresivo, tan novedoso y tan pesado al mismo tiempo. La verdad es que si se mira con detenimiento la historia del reino de Aragón, los payeses -campesinos- denominados de "remensa" -un especial impuesto para dejar de ser siervos adscritos a la tierra- estuvieron "quebrando" la cabeza de diversos reyes durante varios siglos. Los mismos que, por unas u otras razones, han sido -mucho más que los vascos- tremendamente reivindicativos, sin ser en exceso violentos a diferencia, pero sí pertinaces, como aquellas sequías que parecían sólo producirse en tiempos de Franco.

Estamos de acuerdo en que no son todos los catalanes del mismo o similar pensamiento. Sí, hasta ahí acordamos. Pero ya se ve que eso de poco sirve hasta ahora. El empecinamiento por saltarse cualesquiera constitución, incluso su propio Estatuto, en el tiempo de la primera, de la segunda república, en los intervalos y en la actualidad, con repetitivos episodios, eternizan este asunto e invitan a creer que es insoluble, aunque seamos, por naturaleza, inclinados a pensar que esto no será así.

En ningún país de cuerdos se permitiría que se presentasen a una elecciones libres y democráticas los mismos o muy parecidos personajes, perseguidos por jueces e investigados por la policía porque se empeñan en romper España desde la antidemocracia y desde fuera del Estado de Derecho.

Cualquiera otra nación europea es una historia de uniones territoriales, con más o menos presencia o intervención militar, pero con el fin de anexionarse espacios geográficos y, con ello, gentes de muy diversas culturas y modos de pensar. Y poder. Y prestigio.

Los españoles -para no variar- hemos de ser muy distintos, tras haber logrado hace cinco siglos la unión territorial que bien queda expresada en el escudo de la nación; en el que se representan todos los reinos existentes; nos pasamos el ejercicio de la política moderna -contemporánea- o buena parte de ella, tratando se separar lo que el hombre ha unido.

Es paradógico, los belgas andan ellos en disquisición similar: valones contra flamencos. La una mitad enfrentada a la otra mitad. Y va y les llega Puigdemont, para mayor desgracia, porque aquí y a este sicótico alienado, ya se ve, no le quieren ni los jueces. ¿O no?

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