La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

El 3%, el Pujolismo y la santísima trinidad

En 2008, con motivo del centenario, Millet hablaba de los "milagros del Palau" y lo ponía de ejemplo nacional

Aunque esta semana hemos sabido que no eran mordidas del 3% sino del 4%, es un matiz insignificante para la historia que quiero contar. A finales de marzo de 2008, el Palau de la Música me invitó como periodista de Grupo Joly a visitar el centro cultural con motivo de su centenario. Querían que contara a los andaluces por qué un centro dedicado a un sector tan deficitario como la música había sido capaz de reinventarse durante un siglo, destacar sin ser sombra del Liceo y convertirse en "algo propio de los catalanes". Lo titulé "Los milagros del Palau" y comenzaba así: "El Palacio cumple cien años de historia mirando al futuro. Con una gestión modélica y un profundo arraigo en la sociedad catalana, ha logrado implicar a instituciones, empresas y ciudadanos en todos sus proyectos".

Félix Millet i Tussell, descendiente de la familia que ideó todo el proyecto musical, cultural y arquitectónico, me ayudó a indagar en las claves del éxito de una institución que se había erigido como uno de los referentes de gestión cultural más innovadores de toda Europa. En esos momentos, los catalanes aportaban entre 50 y 1.000 euros para "apadrinar una butaca", unos años antes sufragaron la restauración del órgano y ya en 1908 contribuyeron a la construcción del edificio emitiendo una serie de pagarés que en muchos casos jamás reclamaron.

Lluis Millet, consejero musical del Palau, fue más explícito sobre la "eficiente" estructura de gestión: "Es como el misterio de la Santísima Trinidad". Y, desde la más absoluta inocencia, en aquel momento justifiqué cómo aquellos "milagros" se los repartían el Orfeó Català que había sido el núcleo fundacional de la institución, el Consorcio de gestión que integraban la Generalitat, el Ayuntamiento de Barcelona y el Ministerio de Cultura y la Fundación que se encargaba, justamente, de "generar los recursos".

Hoy sabemos que en la ecuación del éxito faltaban Ferrovial, la vieja CiU y hasta la defenestrada CDC. Faltaba la financiación ilegal; faltaba la corrupción. Es más, siendo impertinentes, reflexionando sobre la 'grandeza' de los misterios de la Santísima Trinidad, podríamos preguntarnos si era sólo el gigante de la construcción el que estaba fascinado con el Palau, si sólo la vieja Convergència estrechaba lazos con la emblemática institución catalana e, incluso, si el mecenazgo de Ferrovial se limitaba al territorio catalán.

Ante el tribunal, el expresidente del Palau asumió esta semana como propia la "equivocación" de haberse quedado con dinero de la empresa para gastos como viajes y bodas pero fue tremendamente cuidadoso al situar el muro de contención del expolio en los tesoreros del partido. No le consta que Arthur Mas estuviera al tanto de las comisiones y, por supuesto, ni menciona a Jordi Pujol.

Sin entrar en vaticinios de limitado recorrido sobre cómo el caso Palau pueda quebrar el procès y hasta qué punto frustrar la operación de retorno de Mas desde la atalaya del nuevo Partido Demócrata Europeo Catalán (PDeCAT), hacia donde de verdad parece apuntar el dique de protección es hacia el Pujolismo. Josep Carles Rius, uno de los periodistas de referencia de la prensa catalana, le dedica todo un capítulo en su último libro y se atreve a escribir que "las estructuras siguen intactas" criticando además el "periodismo de trinchera" que se sigue enarbolando no para defender la democracia y las libertades, sino intereses y estrategias concretas de partido o de grupos de presión.

Me interesa esta otra 'pata' del Pujolismo por cuanto tiene de lección sobre la ceguera e incredulidad a la que nos lleva la cercanía. Me refiero a cómo contamos y asumimos los problemas de financiación irregular que en su día pagó el PSOE, que siguen golpeando al PP en Valencia o Madrid y que irrumpe con insistencia a nivel local en los escenarios más insospechados -de la operación Nazarí de hace un año en Granada al caso Auditorio de Murcia- convirtiendo en rutina la sospecha de la corrupción y volviendo a confundir en un mismo tablero de juego a los partidos, las instituciones y las empresas. Sin verlo entonces, probablemente a esta Santísima Trinidad se refería Millet cuando me hablaba de los milagros del Palau y lo ponía de ejemplo nacional.

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