Ayer se celebraba en acto solemne la apertura de la duodécima legislatura con la presencia del Jefe del Estado, su esposa y sus dos hijas, ambas menores, que necesariamente dejaron de acudir al colegio, ya que la ceremonia tuvo lugar en horario lectivo. Imagino que los servicios sociales de su comunidad no entrarán a comprobar si el absentismo al que se les ha obligado tiene alguna consecuencia sobre su patria potestad. Sarcasmos aparte, solo un día antes de tan rimbombante demostración de músculo tradicionalista, se produjo un hecho que supone una radiografía completa de cómo va a ser esta legislatura que ayer se inauguraba.

El nombramiento como presidente de una comisión parlamentaria del ex ministro Fernández Díaz, sí, el que condecoró a la virgen, justificó el uso de material antidisturbios contra inmigrantes indefensos, fue reprobado por el Congreso, se dejó grabar en su propio despacho, conspirando contra adversarios políticos y, por si fuera poco, dejó a los cuerpos de la policía y la guardia civil hechos unos zorros. Este pío diputado, que presume de una larga amistad con Rajoy, y sobre todo la propuesta de su partido para compensarle por haberle descabalgado del Gobierno, ha propiciado que todos los grupos políticos, uno detrás de otro, se hayan retratado dejándonos una instantánea de las relaciones y los equilibrios que van a regir esta segunda legislatura mariana.

Por un lado tenemos a un PP que públicamente pregona las palabras diálogo y negociación, y por otro, como al Dr. Strangelove de Kubrick al que se le escapaba la mano hacia la postura del saludo nazi, le brota el autoritarismo y el modo de gobernar de la mayoría absoluta y el rodillo. Así es como quiso imponer a Fernández Díaz para presidir la comisión de exteriores, a la que en principio tanto los adalides de la regeneración, los Ciudadanos del redicho y aplicado Albert Rivera, convertido en un mero subalterno de PP, como el errático PSOE, capaz de ver las cosas blancas o negras según sople el poniente o el levante, se plegaron agarrándose a un pacto global.

Solo Unidos-Podemos, convertidos de facto en la única oposición, el único contrapoder al conservadurismo popular, se posicionó en contra del nombramiento y acabó por arrastrar a socialistas y C's, que cambiaron su postura en solo unas horas. ¿Qué hizo el grupo popular ante este cambio? Reírse de ellos en su cara y, con un regate propio del mejor extremo con desborde, nombrarlo presidente de otra comisión, en este caso la de peticiones, para la que no se requería votación y se asignaba directamente al grupo con mayor representación. Toma diálogo.

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