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Rajoy aparca a los lobosCaretasDesleer, 'preleer', releer

CORRE tanto, y tan deprisa, Zapatero en pos de los votantes moderados y centristas que al final vamos a poder acusarlo de algo que él teme mucho: extremista. Está poniéndose extremistamente templado, así en materia de impuestos como de aborto y eutanasia, desde Navarra hasta Cataluña, sobre el concepto de España y sobre los fichajes estelares (Solbes, Bono...).

Una vez garantizada la movilización entusiasta del electorado más conservador a lo largo de una legislatura de confrontación a tope, también Rajoy se adentra en los caladeros sociológicamente centristas, allí donde campean las clases medias urbanas no ideologizadas y de voto titubeante, dispuestas a alquilarse al mejor postor, que es aquel al que consideren más capaz de garantizarles seguridad, crecimiento económico, menos impuestos y mejores servicios.

No lo tiene difícil el líder del Partido Popular en lo que se refiere a su programa político. Si no hacemos mucho caso de la caricaturas que suelen hacer sus adversarios, el PP no se ha comportado nunca como un partido de extrema derecha en lo político ni ultraliberal en lo económico. Aunque su ideología tiene más ingredientes de la cuenta, en la práctica ha actuado como una organización homologable a l conservadurismo europeo civilizado. Cuando llegó al poder no revisó las leyes de divorcio y aborto y acabó con la mili obligatoria. La excepción a este moderantismo fue el alineamiento sin matices con la política exterior de Estados Unidos que condujo a la desastrosa guerra de Iraq (desastrosa también para el propio PP).

Si no es cuestión de programa, ¿qué necesita Rajoy para situarse en condiciones en la batalla por el centro? Precisamente tapar algo, o colocarlo en segunda fila, de lo que ha usado para asentarse sobre un volcán de varios millones de ciudadanos cabreados y excitadísimos. Eso equivale a hablar menos de terrorismo y más de economía, emanciparse de compañeros de viaje tan radicales que le emplazan a un dilema amigos-enemigos que es fatal para ganar elecciones, tener a su antecesor como referencia de un pasado de éxito y no como aval de futuro y certificar la muerte de la teoría de la conspiración sobre el 11-M, lo que significa invalidar la deslegitimación de los socialistas y restar protagonismo a los dos mentores más pertinaces de la misma: Acebes y Zaplana, los galvanizadores, junto a Mayor Oreja, del ala más dura del PP. (Curiosamente, aquéllos que Josep Piqué proponía alejar del protagonismo dentro del partido hasta que el que se quedó sin protagonismo fue él).

En cuanto se convoquen las elecciones, el jefe de campaña del PP, Pío García Escudero, y el de programa, Juan Costa, serán mucho más visibles que Acebes y Zaplana se quedará sin los ecos de su portavocía parlamentaria y no pasará de ser un candidato más entre muchos. Todo sea por apartar del escenario a los asustaviejas del centro anhelado.

SACAN a paseo su cara más angelical para cuestiones de tipo social, el buenismo en estado puro; y sacan a paseo la cara más exigente, más dura, para las cuestiones relacionadas con la lucha contra ETA. Los aires electorales han hecho cambiar al presidente del Gobierno, las encuestas no van como pensaba y se ha envuelto en una serie de banderas que ha tenido apartadas durante los cuatro años de legislatura. En algunos casos incluso eran banderas malditas, para no enseñar.

Es curioso que Rodríguez dedique ahora el máximo esfuerzo a disponer que ETA sea arrumbada en los infiernos, que se persiga a los terroristas con todos los medios legales al alcance, que esté deseando aproximarse a Sarkozy para sumarse a la política del presidente francés respecto a ETA; es decir, la política que dice que a los terroristas, ni agua. Si es creíble en Sarkozy desde los tiempos en que era ministro de Interior y apoyaba con todas sus fuerzas la política implacable de su colega Ángel Acebes, cuesta sin embargo creer en la sinceridad de un presidente de Gobierno que no sólo se ha empeñado en negociar políticamente con ETA y Batasuna durante su mandato, sino que ha permitido que un partido afín a ETA se asiente en municipios vascos y navarros. Y sólo ahora, a tres meses de las elecciones, piensa en la ilegalización de ANV.

No se puede decir que es a causa del atentado de Capbreton, ya que antes de permitir que ANV se presentara a las elecciones, ETA había cometido el atentado de la T-4 que provocó la muerte de dos personas. Después, aparte de dar luz verde a ANV a pesar de los indicios abrumadores que demostraban su conexión con Batasuna, incluso hubo nuevos encuentros entre miembros de Batasuna y los negociadores de Zapatero. Y no hay que olvidar que fue ETA quien rompió esas negociaciones. Zapatero se negó a ir más lejos porque las exigencias de ETA eran abiertamente anticonstitucionales, pero con los terroristas se trataron asuntos que jamás deberían haber sido tratados. Como hicieron en su momento tanto Felipe González como José María Aznar, que se levantaron de las mesas de negociación cuando ETA exigió abordar lo que un gobierno no podía ni quería abordar.

De cara a las elecciones de marzo, las caretas cubren los rostros de los que han apostado durante cuatro años por aquello de lo que ahora supuestamente abominan. La palabra "derrota" se ha incorporado finalmente al vocabulario de Zapatero, y la lucha policial contra ETA es tajante y eficaz. Además, Zapatero ha llegado a acuerdos de trabajo conjunto de las policías francesa y española con carácter permanente, y nos anuncia que está cerca la ilegalización de ANV. Pena que esa actitud no se hubiera mantenido antes.

LOS que leemos constituimos, al parecer, una obstinada minoría. Pero, ¿qué leemos los que leemos? Cada vez que visito mi librería padezco una inevitable crisis de confusión. El verbo leer se conjuga para abordar libros de valores literarios tan alejados que parecen acciones diferentes. Ni intelectual, ni física ni etimológicamente se puede asimilar el acto de leer ciertos volúmenes con otros. No es igual, sin duda, abordar el vigoroso ensayo sobre la música occidental de Eugenio Trías El canto de las sirenas que una de esas machaconas fábulas sobre la búsqueda de secretos milenaristas. Ni sumergirse en la caudalosa Vida y destino de Vasili Grosman que afrontar una de esas biografías que tratan de explotar los diez minutos de éxito de un soberbio cuyo interés se fundamenta en el número de divorcios o de prosélitos que lo siguen ciegamente. Ni leer un libro de historia que una de esas falsas historietas concebidas para cautivar a los nostálgicos que buscan argumentos con apariencia científica para justificar sus viejas depravaciones morales o políticas. Sería, por tanto, prudente acuñar un neologismo para cada una de las formas que adopta la lectura según qué tipo de libros: desleer, preleer, infraleer, hagiolectura, pseudolecturas, etcétera. De este modo, los sondeos de opinión sobre los hábitos culturales no mezclarían acciones tan diferentes bajo una única etiqueta e incluso llegaríamos a apreciar la inhibición lectora.

Una de las especies de libros que más recelos me producen la constituyen los volúmenes centrados bien en urdir someras biografías o memorias de personajes cuya autoridad se basa en una efímera e indecorosa fama o bien en describir los oscuros pormenores de acontecimientos igualmente pasajeros o anodinos, pero con pretensiones megalómanas. Me refiero a libros como las arbitrarias investigaciones sobre el 11-M (todos ya felizmente caducados), la mimosa descripción de los trabajos heroicos del juez Gómez Bermúdez escrita por su propia esposa, las reflexiones hurañamente predecibles de José María Aznar con las que el ex presidente del Gobierno subyuga periódicamente a sus partidarios, las demagógicas confesiones del Francisco Alcaraz, presidente de una Asociación de Víctimas del Terrorismo que ya no acude siquiera a las manifestaciones contra los asesinos, o la empalagosa biografía que Suso de Toro ha dedicado a Rodríguez Zapatero ("es una persona muy culta. Es más inteligente de lo que demuestra en la oratoria. Tiene réplicas parlamentarias buenísimas, desenfunda muy rápido", dice de él).

Un ruego a los editores: pónganles a estos libros en la solapa la fecha de caducidad.

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