Mirada alrededor

Recobrar la cordura

Habrá que pedir al Gobierno y a la oposición, ante la entrada del año 2008, que no repitan el clima de crispación y sean más responsables y conscientes del sentido del ridículo.

LOS periódicos suelen hacer balance de lo que nos ha deparado el año a todos los niveles. Pero esta mirada ha tropezado, sobre todo, con una especie de 'síndrome de la poltrona', que ha afectado, con diversa intensidad, a los que la ocupan o a quienes, impacientemente, pretenden hacerlo. Ya decía la pasada semana que había que estar afectados por el virus 'entontecedor' cuando representantes gubernamentales recomendaban a los ciudadanos, para salvar la crisis de su economía, comer conejo estas navidades y no dejar propinas. Tampoco se quedó corto el líder de la oposición cuando terció en el debate del cambio climático, recurriendo a la cita de un primo suyo, muy entendido en el asunto.

Podrían ser estos ejemplos un resumen -esta vez chusco, propicio al cachondeo- de un año donde Gobierno y oposición han perdido la cabeza y hasta el sentido del ridículo, a juzgar por sus palabras y acciones. A tal punto ha llegado el esperpento que hasta Manuel Marín, árbitro del debate parlamentario, ha reprobado el bochornoso espectáculo ofrecido por los padres de la patria el año que mañana concluye.

Un año donde la discrepancia, absurda y hasta disparatada por asuntos como el terrorismo, incluida la tesis de la conspiración del 11-M -diluida ya, por fortuna, con la sentencia-, la manipulación de las víctimas y otras cuestiones esgrimidas irresponsablemente -en este caso, por el primer partido de la oposición- ha contribuido a crispar innecesariamente la vida política y ciudadana. Crispación de la que no está ajena la capacidad gubernamental para explicar, en sentido contrario, la tozuda realidad. Le pasaba al presidente Zapatero, a finales del año pasado, horas antes de brutal atentado de ETA en el aeropuerto de Madrid, que ponía fin a la 'tregua' de la banda armada, cuando decía que en cuestiones de terrorismo estábamos mejor que nunca. O cuando, hace unos días, tras conocer el informe Pisa sobre el estado de la educación en España, afirmaba que teníamos la juventud mejor preparada de todos los tiempos. Supongo que lo estará pese a los planes educativos.

Ha sido un año de leyes, unas necesarias y otras menos, incluida la del cachete, aunque nadie duda en defender a los niños de la agresividad que sufren, a veces, de sus propios progenitores. Pero mientras tanto, sigue creciendo la criminalidad -España, se ha dicho, se ha convertido en paraíso de mafias y delincuentes de todo el mundo-, la violencia de género -cerca de un centenar de mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas-, la violencia escolar y el incivismo generalizado. Tampoco las Administraciones públicas funcionan como debieran y son numerosos los casos, como comentaba recientemente, en los que los responsables y los funcionarios no siempre las conciben como un servicio público, sino como un instrumento represivo del Ejecutivo, incapaz de asumir sus errores, empeñado en recaudar al precio que sea, incluso indebidamente y lesionando derechos constitucionales.

Me temo que en el año electoral que abrimos pasado mañana no cambien demasiado las cosas, salvo, eventualmente, la propiedad de las poltronas. En cualquier caso, lo que los ciudadanos agradeceríamos es que unos y otros no pierdan la cabeza como la han perdido este año y no nos deparen tanta crispación y tantos motivos de chanza que impiden a la gente tomarse en serio la noble misión de la política. Un poco de responsabilidad y sentido del ridículo no le vendría mal a la, en muchas ocasiones, esperpéntica escena española.

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