Paso de cebra

josé Carlos Rosales

Ruido en las redes

ALGUNOS amigos (vuestros o míos) exponen en las redes virtuales (también llamadas redes sociales) sentimientos o ideas que jamás habrían dicho en la barra de un bar. Publican (casi) todo lo que se les ocurre acerca de cualquier conflicto provincial o europeo: con tres o cuatro líneas dan por zanjado lo que en otras épocas hubiera necesitado miles de horas o de páginas. Están firmemente convencidos de la culpabilidad dolosa de todos los políticos cuyas fotos nos traen cada mañana los periódicos nacionales o extranjeros. Conocen al dedillo los entresijos de la alta política local o internacional y van repartiendo certificados de buena (o de mala) conducta para ministros y concejales. De ningún tema se declaran ignorantes o ajenos, no se equivocan nunca, siempre están en lo cierto, somos nosotros los que no vemos esa limpia verdad que tenemos delante, aquella que nos negamos con torpeza a mirar. Pontifican, excluyen, satanizan o salvan, reprochan o reprimen: si pudieran, algunos nos quitarían el pasaporte, la nacionalidad española, la licencia del negocio, la posibilidad de hablar o de escribir. Y así como la presencia de una cámara de televisión en la puerta de un hospital sirve para que algunas personas aumenten el volumen de sus sollozos, basta la tenencia de un teclado y de una pantallita para que algunos de mis amigos (o de los vuestros) borren sus titubeos y, encerrados entre las cuatro paredes de un cerebro contrariado, eleven a la categoría de certezas históricas sus prejuicios ocultos, su debilitada ideología, su ruidosa voluntad de enfrentamiento. El espontaneísmo (sentimental o político) goza de muy buena salud en la vida virtual: son tiempos favorables para que los espontáneos de todos los colores, edades o sexos congreguen alrededor de sí mismos infinitas adhesiones, aplausos visuales, emoticones o loas.

Pero las verdaderas opiniones nunca son monolíticas, tampoco son inamovibles ni surgen de una inspiración momentánea. Las verdaderas opiniones tienen poco que ver con creencias y revelaciones (religiosas o laicas): las opiniones necesitan tiempo. Y las dos o tres frases escritas con prisa en la pantalla de tu móvil sólo necesitan audacia, inmediatez o contundencia. Algunos amigos (míos o vuestros) se han revelado como auténticos profesionales del pensamiento rápido, pensamiento en raciones, pensamiento chatarra. Y estoy asombrado: no sé hasta dónde llegará todo esto.

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