'Saber y ganar'

'Saber y ganar' es como una película de Lubitsch que te hace creer que el mundo jamás podrá volverse loco

Desde hace veinte años, a la hora de la sobremesa, ocurre un pequeño milagro en este país. De repente, en medio del griterío vulgar y desconsiderado que lo invade todo, se aparece un oasis de civilidad y de amor a las palabras. Durante treinta y pico minutos, la lógica y el pensamiento se apoderan de la pantalla y no la sueltan ni un segundo. Y durante treinta y pico minutos, los conocimientos le ganan la partida a la ignorancia y a la vacuidad. Quienes estén frente a la tele a la hora de la sobremesa ya sabrán que estoy hablando de Saber y ganar.

Nada me hace más feliz que ir en el autobús y oír que una pareja habla de Jordi Hurtado y del último reto de Saber y ganar, o encontrarme con alguien que de pronto revela, sin que venga a cuento, que no puede perderse las preguntas vertiginosas de Juanjo Cardenal. Y quienes vivimos en Andalucía deberíamos estar muy orgullosos, porque algunos de los mejores concursantes del programa -contradiciendo la imagen general de brutos y de ignorantes que tenemos- han sido un librero jerezano, un poeta malagueño y un periodista sevillano. Y alegra saber que muchos de los concursantes más brillantes son gente del montón que no pertenece a ninguna élite intelectual y que ha conseguido destacar por su esfuerzo y su curiosidad y sus simples ganas de aprender. Entre mis favoritos hay un ganadero de un pequeño pueblo salmantino, una profesora de Ciencias Naturales en un instituto navarro, un ama de casa catalana, un jubilado que parecía saberlo todo y un chico muy joven de Cádiz que acabó descalificado porque no pudo superar los nervios (volverá, estoy seguro). Y cada vez que oímos el griterío ignorante de nuestro Parlamento, consuela saber que hay gente que prefiere enfrascarse en el significado de la palabra "lábaro" o en calcular en una fracción de segundo cuánto es 127 por 6.

Por la bonhomía que reina en el plató, por las buenas maneras que se gastan los presentadores y concursantes, y por el buen humor que lo impregna todo, Saber y ganar es como una de aquellas deliciosas películas de Lubitsch que te hacen creer que el mundo jamás podrá volverse loco, aunque en ese mismo instante estén cayendo las bombas a dos kilómetros de distancia o se acabe de hundir la Bolsa. Lo único que le falta ahora a Saber y ganar es una edición infantil especial para colegios. Y que dure veinte años más.

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