Paso de cebra

José Carlos Rosales

josecarlosescribano@hotmail.com

Sedentarismo malsano

Fuimos nómadas durante miles de años, de aquí para allá en busca de agua limpia o manzanas más rojas

El sedentarismo es la madre (o el padre) de todas las desgracias. Personales y colectivas. Con el sedentarismo prolongado aumenta, por ejemplo, el riesgo de un accidente cardiovascular agudo, la temible atrofia articulatoria o la subida del maldito colesterol que, más tarde o más temprano, obstruirá todas las venas de occidente. A todo ello se le podría añadir el narcisismo étnico (como las paellas de mi pueblo no hay nada semejante), la miopía paisajística (como el atardecer que se ve desde el campanario de la plaza de mi pueblo no hay otro) o la paranoia nacionalista (mi pueblo es el pueblo más antiguo de Europa): si no te mueves ni sales de tu aldea no sabrás que hay otras aldeas, otros atardeceres, otra manera de pensar o de comer.

Se supone que fuimos nómadas durante decenas de miles de años, siempre de aquí para allá en busca de agua limpia o manzanas más rojas. Todo era muy cansado y alguien descubrió las semillas, hizo una cabaña, se sentó en la orilla de un río y se puso a cantar mientras esperaba que creciera la cosecha: el nomadismo comenzó a tener los días contados y casi todas las sociedades (por primitivas que fueran) promulgaron edictos que perseguían al nómada, al que no tuviera residencia fija, trabajo conocido, familiares o amigos del lugar. Ya se sabe, el nomadismo no tiene buena prensa desde hace varios siglos. Pero el sedentarismo tampoco despierta demasiado respeto; de ahí que autoridades de toda condición nos recomienden con ahínco dar paseos o caminatas, cualquier itinerario sería válido, sólo hay que salir y caminar. Y luego, lógicamente, regresar a casa. Aunque ésta sería sólo una posibilidad; pues, según señalaba Henry David Thoreau, "la mitad del camino no es otra cosa que desandar lo andado; tal vez tendríamos que prolongar el más breve de los paseos, con imperecedero espíritu de aventura, para no volver nunca". Eso sí que sería romper con el sedentarismo. Sin embargo, ya lo he dicho antes, el nomadismo no tiene buena prensa. Y cuando alguien no regresa se encienden todas las alarmas. De ahí que los precios de todos los billetes de tren o de autobús, de avión o de barco, experimenten un descuento considerable cuando el viajero compra un billete de ida y vuelta, y promete volver a casa. Supongo que tendría que ser al revés: un buen descuento para todo aquel que se vaya sin el menor propósito de regresar. Nadie se arrepiente nunca de irse. Sólo el regreso provoca desazón.

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