EL número dos del PSOE, José Blanco, ha arremetido contra quienes han tachado de "continuista" al nuevo Gobierno y ha criticado especialmente a Rajoy, del que ha dicho que es el menos indicado para expresarse en tales términos "después de llevar 25 años en coche oficial, perder dos elecciones y no permitir la renovación del PP". Sin embargo, ¿cómo puede calificarse un Gabinete de 17 ministros en el que 12 siguen con sus mismas carteras o asumiendo otras funciones y sólo 5 son nuevos? Obviamente, cuando sólo se ha renovado el 30% del equipo ministerial este Ejecutivo es "continuista", lo cual no debe ser entendido "a priori" como un demérito, sino como un valor añadido por la experiencia atesorada. Recuérdese que la infravaloración a que en su día fue sometido el propio Zapatero (la famosa metáfora del cervatillo Bambi) derivaba de la imagen de inexperiencia que proyectaba, extensible a su primer Gobierno tras su sorprendente victoria electoral, donde Solbes era la excepción que confirmaba la regla. Si el calificativo molesta al PSOE es justamente porque este continuismo contrasta con la presentación que se ha querido hacer del nuevo Gabinete como más renovador, más reformista, más modernizador y más avanzado que el precedente (Blanco dixit). El mensaje político pierde fuerza y coherencia si la renovación, como la caridad, no empieza por uno mismo. En puridad, Zapatero apenas ha hecho cambios significativos, ya que además de mantener al 70% de sus ministros ha conservado e incluso reforzado -ahora con Chacón y Sebastián- el núcleo duro de su equipo (Fernández de la Vega, Solbes, Rubalcaba, Moratinos) y mantenido contra viento y marea a dos titulares enormemente desgastados como Magdalena Álvarez y Mariano Fernández Bermejo. Al margen de la sorpresa de Chacón en Defensa, los experimentos y el marketing políticos los aplica el presidente con menor riesgo en el segundo anillo, con las incorporaciones de Aido, Garmendia y Corredor en Igualdad, Investigación y Vivienda. Hay que dar al Ejecutivo el plazo de cortesía debido en toda Democracia para evaluarlo no por quienes lo componen, sino por sus logros: sobre los políticos debe primar la política.

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