Cambio de sentido

Señales con banderas

Un vecindario es una España en miniatura. Ahora los vecinos nos hacemos señales con banderas

Un patio de vecinos es un cosmos de bolsillo, una España en miniatura, la biopsia de un tiempo y de un país. Las cortinas dejan entrar y salir la luz, los ronquidos, el aroma de los tiestos y las ollas, el agobio, los goles. Juegos de chiquillería, coladas de colores, charlas de balcón. También la muerte y los cumpleaños, el amor y su reverso, puntales y mejoras, las mudanzas de la vida y las ideas. En lo que llevamos de mes, y como nunca antes, un patio de vecinos cualquiera puede hacer de barómetro -de sismógrafo, casi- del clima de opinión. Como en alta mar, los vecinos nos hacemos señales con banderas.

Cuaderno de bitácora: 1-O: rojigualda grande en Bajo D. Leves banderitas de evolución en el 5º, que desaparecen por la tarde. 2-O: rojigualda de buena pañería en el balcón central. Toalla de playa con Piolín en tendedero de enfrente. Pintan bastos. 3-O: tras varias quejas, retiro la alfombra floreada que, limpiando, he puesto a orear en la baranda (causa interferencias). 4-O: en el chino, un hombre señala la bandera de España y pregunta cuánto vale. 5-O: en el mismo balcón, una rojigualda y una bandera blanca. (¿Qué nos quiere decir?). Un niño de arriba -europeísta a todas luces- interpreta a la flauta penosamente la Oda a la alegría. Silencio y pitos. 6-O: bandera de Albania en el 4ºB. Y un cartel: "Triana con Tirana". (Hay partido). Pitos. 7-O: bandera amarilla en el primero. Me pongo en lo peor: cólera morbo. Falsa alarma. Es una colgadura para la procesión de la Virgen de la Salud, que trasladan a la catedral para coronarla. 8-O: la blanca que lucía con la rojigualda ha desaparecido. 9-O: Una vecina ha lavado la bandera y gotea. Exhausta de semiótica, pido una tregua.

Pido una tregua. "O al menos dejar en suspenso tanta vehemencia", clama sin equidistancias Muñoz Molina, y yo con él. "Carmen, son tiempos de templar la palabra y hacerla habitable", me escribe el poeta Ernesto García López. Me habla Juan Vicente Piqueras: "Yo decretaría una especie de quietismo. Como Miguel de Molina cuando paró la orquesta". No parlem, respirem. Izar la calma. Leer mucho. No entrar al trapo de quien se arroga y arroja las banderas. No convertir la luz intestinal en tripas negras. No chanelar el sermo de las gónadas nacionalistas. No aplaudir a sus palmeros. Este dolor mío instaurado desde arriba no puede cambiar de sede. Cada día es un paso hacia el abismo que yo no pienso dar. Amanece en mi patio de luz. Buenos días, vecino, ¿me das sal?

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