A finales del mes pasado, apareció una noticia en diversos medios informativos que, por su escasísima repercusión posterior, nos pone en guardia frente a la tentación de manipular y graduar la indignación colectiva. En esencia, los hechos son los siguientes: la Policía Nacional detuvo en Alicante a diez presuntos agresores de tres menores en desamparo, a las que ofrecieron dinero y drogas para captarlas. Una de ellas, de tan sólo 14 años, estuvo encerrada durante 24 horas en un piso donde fue víctima de abusos sexuales por parte de los diez detenidos. Los investigados también violentaron supuestamente a otras dos chicas, una de 15 años y otra de 17.

Estas conductas, tan odiosas al menos como las de la famosa manada de San Fermín, no han merecido la atención de los grandes comunicadores del país, no han llenado horas enojadas de televisión, ni convocado a los habituales expertos para desgranar el detalle de lo ocurrido. Tampoco han provocado ninguna reacción de condena proveniente de las hipersensibilizadas feministas, tan activas y airadas en ocasiones anteriores.

La explicación de lo inexplicable quizá pueda encontrarse en un dato que aparece de soslayo en el relato de quienes sí han publicado el suceso: todos los detenidos, de entre 16 y 21 años, son de origen argelino.

No es, por otra parte, un fenómeno nuevo: el exquisito tacto con el que, por ejemplo, se tratan en Alemania los casos de violaciones protagonizadas por inmigrantes o la ocultación permanente que durante décadas han mantenido las autoridades suecas sobre el número y las circunstancias de este mismo tipo de delitos, revelan el auge de una política permisiva, dispuesta a salvaguardar a toda costa los postulados teóricos de una integración que la realidad tozudamente desmiente.

Ya me dirán qué hubiese pasado si a la niña la retienen y violan diez españoles. No se hubiera hablado de otra cosa durante semanas. Miren, a mí eso me parecerá siempre una salvajada lo haga quien lo haga: cristiano, extranjero, paisano, musulmán, ateo o mediopensionista. Y como tal, debería haber sido difundida y reprobada. ¿Las jóvenes ultrajadas por estos energúmenos no son dignas de la misma solidaridad que cualquier otra mujer porque el crimen lo han perpetrado inmigrantes? Me asquean tanto silencio cobarde y tanta corrección estúpida. Inútil, al cabo, para evitar esa enorme fractura de la convivencia social que, por desgracia, ya se vislumbra.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios