DECENAS de miles de personas de toda España se manifestaron el sábado en Madrid para expresar su rechazo a la política de recortes del Gobierno. Fue una marcha convocada por los sindicatos y más de doscientas organizaciones profesionales y sociales con el propósito de hacer visible el malestar con los ajustes y exigir la celebración de un referéndum sobre la política económica. También fue concebida por las cúpulas sindicales como la señal de salida de un otoño caliente, después de que la huelga general contra la reforma laboral no lograse el éxito perseguido y de que la llegada del verano no haya supuesto ninguna variación en la adopción por el Gobierno de las medidas de ajuste que demandan la UE y los mercados financieros. El propio día de la concentración, el ministro de Economía advirtió desde Chipre que la austeridad es ineludible y la única fórmula para sacar al país de la crisis. El referéndum pedido por CCOO y UGT es superfluo e inadecuado: la inmensa mayoría de los ciudadanos se pronunciarían en contra de que les suban los impuestos y les recorten las prestaciones sociales y, por otra parte, el actual Ejecutivo, con ocho meses en el poder, dispone de una amplia mayoría en las dos cámaras legislativas y el premio o castigo que merece su actuación sólo podrá ser tramitado, mediante el voto, cuando haya unas nuevas elecciones generales (o mediante los mecanismos parlamentarios vigentes), no a través de una consulta directa que carece de encaje legal. En otro orden de cosas, la asistencia y el desarrollo de la manifestación han puesto de relieve tanto la gran capacidad organizativa de los sindicatos como su escasa representatividad. Con más de cinco millones de parados y muchos más de trabajadores empobrecidos por la crisis y de familias perjudicadas por los recortes, la convocatoria ha sido secundada por una minoría no demasiado nutrida. Los organizadores manejan, sin embargo, la posibilidad de radicalizar sus protestas y repetir la huelga general. Una huida hacia adelante que les puede conducir al fracaso y al aislamiento. Lo cual no quiere decir que no haya motivos para el descontento.

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