ESTE año ha habido una mayor participación de trabajadores en las manifestaciones del Primero de Mayo, acorde por completo con el agravamiento de la crisis y el empeoramiento del empleo y de las condiciones laborales de la mayoría.

Sin embargo, los mensajes que emiten las centrales sindicales mayoritarias han pasado de puntillas sobre la responsabilidad del Gobierno en la gestación y extensión de la crisis y se han centrado en la responsabilidad de los empresarios que, por supuesto, también existe.

Que no se diga que el Gobierno está, como todos los gobiernos, sometido a los vaivenes de un problema que viene de fuera y que es global. Sin duda que lo está, pero no es menos cierto que es aquí donde hemos superado los cuatro millones de parados y que aquí se generan dos tercios del paro de toda la Zona Euro. Hay un factor específico español, que tiene que ver con el modelo económico desarrollado. No por este Gobierno, ciertamente, sino por varios, y por toda la sociedad española.

En vez de plantarse ante este Gobierno, que algo habrá hecho mal para que hayamos llegado donde hemos llegado, los líderes de CC OO y UGT descargan su ira contra la patronal, que pretende abaratar el despido. Ponen el acento, pues, no en el problema que ya sufrimos, sino en el que podríamos sufrir los asalariados si la patronal se saliera con la suya. Se aplican más a prevenir lo que puede venir que a exigir por lo que ya ha venido. Están más atentos a los fantasmas que a la realidad.

Hay, además, una consideración moral que trata de interferir en el debate racional sobre la economía. Se insiste en que los empresarios en general quieren aprovechar la crisis para despedir personal y precarizar el trabajo de los no despedidos. Estaría de acuerdo con los sindicalistas en que se producen esos casos (no tengo edad de chuparme el dedo), pero pienso que la inmensa mayoría de los pequeños y medianos empresarios que están cerrando sus compañías o reduciendo sus plantillas lo hacen por necesidad, porque el crédito se ha cortado y el consumo ha caído. Plantear este asunto como un problema exclusivamente ético -como hacen también algunos clérigos-, derivado de la maldad intrínseca de los empresarios explotadores, es cómodo y alienta la pereza mental, pero lo distorsiona todo.

Los sindicatos son imprescindibles para asegurar las conquistas de los trabajadores, cuya situación sería mucho peor si no existieran aquéllos. Resultarían más eficaces si ganaran independencia con respecto a los gobernantes, dedicaran en las actuales circunstancias más energías a defender a los parados que a los empleados y adaptaran sus estrategias a un mundo en cambio permanente.

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