palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Sopas y buen vino

EL triunfo electoral en las municipales, las expectativas de próximas victorias en el horizonte más el hundimiento progresivo del PSOE en sus propios agujeros negros (el último, en Almería), ha producido en el Partido Popular en general, y en Javier Arenas en particular, una especie de euforia futurista: están preparando una acampada de varias lustros. El jueves el candidato a presidir Andalucía anunció que cuando deje de ser presidente renunciará a la pensión vitalicia. Arenas, que aún es un meritorio raso por más que las encuestas pronostiquen buenos resultados, no sólo da por hecho que va a ganar las elecciones sino que ya ha gobernado, ha sobrevivido y que ahora le toca, por tanto, el turno de la jubilación. Y que como jubilado con posibles (si los posibles no se convierten a causa de unos de esos trágicos lehmanbrother en imposibles, claro) va despreciar la paga de por vida que le corresponde. Arenas hace el pronóstico no por afición personal a las artes adivinatorias sino con el propósito de obtener aún más votos: votadme que seré un jubilado barato. ¿Qué pasaría si Javier Arenas no lograra esa presidencia que da no sólo por conquistada sino incluso por agotada? ¿Cuál sería el nivel de desengaño? ¿Qué haría con su vida?

Repito: Da por hecho Arenas con su promesa sobre la renuncia a la pensión vitalicia que ha ya ha gobernado Andalucía y que ha tumbado el régimen y ha emplazado el suyo, pero no dice qué ha hecho ni cómo le ha ido ya sea porque no lo sabe o porque no le conviene anticiparlo: hay secretos de familia que no conviene revelar. Los que buscan sólo encuentran indicios, alusiones o silencios.

El mismo día en que Arenas habló de su jubilación se fotografió de nuevo con los alcaldes de las ocho capitales andaluzas para comentar las propuestas de austeridad que aplicaran de inmediato. El argumentario es una copia exacta del plan de ahorro enunciado por Mariano Rajoy: reducción del parque móvil, supresión de empresas públicas (es decir, privatización) y disminución de los cargos de confianza.

Los alcaldes andaluces, en cambio, se conjuraron para guardar silencio sobre las televisiones locales, aunque para ello tuvieran que traicionar en cierto modo el plan de Rajoy que, si bien es cierto que no recomienda el cierre, tampoco exige su mantenimiento. El resultado será este: los alcaldes y concejales viajarán apretujados en los coches oficiales pero las televisiones locales seguirán emitiendo propaganda sin restricciones presupuestarias. La nuestra, la TG7, no sólo sale por un pico importante sino que tiene el cometido de amortizar una inversión inicial disparatada de varios millones de euros. ¿Se ha parado alguien a calcular a cuánto nos sale la hora de procesión? Sería un ilustrador ejercicio espiritual.

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