AL mismo tiempo que Temístocles en Salamina se dedicaba a engañar a los persas para incitarles al combate, un general chino, Sun Tzu, desconocido para sus contemporáneos griegos, escribía una verdad tan simple y real como que el arte de la guerra se basa en el engaño. Algo más tarde, no demasiado para lo que es la historia de la guerra, Clausewitz, el teórico militar del siglo XVIII que sentó las bases de la guerra moderna, vino a decir que la guerra no era sino una continuación de las relaciones políticas con otros medios y esta convincente explicación llegó a tener tanto éxito, que las siguientes definiciones mantuvieron el concepto adecuándose, eso sí, a los cambiantes aires de la historia. La izquierda de principios del siglo XX, comprometida por entonces, no como ahora, con explicar la realidad para cambiarla, siempre denunció la guerra como una extensión del imperialismo que caracterizó a la época o como la expresión violenta del poder político de la burguesía sobre las clases humildes y trabajadoras y, como ejemplo más preciso de esa expresión violenta, la guerra española se erigió, para la sensibilidad democrática mundial, en el paradigma del horror sangriento del fascismo y la toma de Madrid por las tropas de Franco, en el mayor icono de una represión que, probablemente, se hubiera evitado si algunos países europeos hubiesen mantenido en aquellos años, un compromiso firme con la vida y la libertad. No es raro que ahora haya utilizado Gadafi la figura de Franco y la entrada de sus tropas en Madrid, como imagen gráfica de sus intenciones en la toma de Bengasi, aunque sí lo sea el que algunos de los que se reclaman herederos de aquellos que defendieron Madrid antes de vivir de rodillas, clamen contra la intervención de España en la defensa de los derechos humanos y de la libertad. Igual es porque ellos también tienen su guerra y siguen la máxima de Sun Tzu. De todos modos, a mi me parece que la mejor definición de esta guerra la dio hace unos días Stefan Füle, Comisario de Ampliación y Política de Vecindad de la UE, cuando dijo que este conflicto era la historia de un fracaso; el de haber dejado en manos de mercaderes inmorales, de ideólogos contaminados de rencor y prejuicio y de estrategas ramplones, la capacidad de entender al mundo árabe y de diseñar nuestra relación con él bajo la convicción de que la única alternativa allí a los gobiernos corruptos era el islamismo radical. Igual que quienes justificaron la no intervención en España en que el nuestro era un país incivilizado y cruel que no tenía remedio.

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